Política
No hay receta mágica contra el populismo autoritario

RESUMEN
Los sistemas democráticos occidentales enfrentan el desafío del populismo autoritario, hecho que exige autocrítica y realismo por parte de la clase política. Es vital defender los principios democráticos frente a la amenaza populista y trabajar en una agenda sustantiva para mejorar la calidad de vida de la ciudadanía.En los últimos años, la gran pregunta que se hacen los sistemas democráticos occidentales es: ¿cómo combatir el populismo autoritario? Difícilmente podríamos encontrar una respuesta concreta y precisa tan efectiva como se requiere.
Para quienes creemos en la democracia liberal como la mejor forma que existe de organización política y social viable y, simultáneamente, en el respeto del individuo y de la colectividad, el populismo autoritario es un problema que se debe combatir. De allí las siguientes reflexiones:
Autocrítica y realismo: hacerlo mal no es un problema para el populismo
Considero que el primer ejercicio que debe plantearse la clase política es de autocrítica. La mayoría de las organizaciones políticas o grupos de interés, llámense partidos políticos, sindicatos, organizaciones no gubernamentales o bien cámaras empresariales, ignoran la responsabilidad que tienen en las crisis democráticas generadas a partir de la irrupción de discursos populistas y autoritarios, casi siempre centrados en la figura de un líder aspirante a autócrata.
Estas organizaciones, que tradicionalmente han manejado las instituciones y la agenda pública, apuestan a una estrategia de desgaste de los movimientos populistas emergentes para recuperar el control de las instituciones democráticas, así como del debate público. Por lo general, son movimientos poco estructurados que surgen de forma coyuntural y aglutinan en poco tiempo el suficiente apoyo para acceder al poder. Por esta razón, no son capaces de conformar equipos con un perfil idóneo para los cargos públicos y no construyen procesos de análisis de la realidad nacional que les permitan tener una agenda programática robusta. Por todo ello, poseen poca capacidad para gestionar el aparato estatal e incapacidad de solventar las demandas ciudadanas.
Pensar que estas carencias pueden mermar a los nuevos inquilinos del poder es poco realista. En primer lugar, la naturaleza de estos movimientos es desde la validación ciudadana de sus discursos, no de sus propuestas o proyectos de política pública.
Esperar un desgaste producto del fracaso de su gestión medido desde el desempeño tradicional no tiene sentido, pues existe un variado catálogo de excusas de las que puede echarse mano para justificar los malos resultados o fracasos en la gobernanza. A la luz de lo anterior, el ejercicio de autocrítica es vital.
El no reconocer que la validación de estos movimientos es producto de lo que dejó de hacer la clase política tradicional y de las fallas del sistema político del país es un autoengaño que nutre las narrativas de los movimientos populistas y ofrece razones, a la población, para confiar en los líderes mesiánicos de dichos movimientos.
No hay recetas mágicas sino trabajo pendiente
Una vez reconocidas las responsabilidades por parte de la clase política tradicional, el segundo ejercicio que debe realizarse es trabajar con el fin de corregir los errores que mermaron la confianza de la ciudadanía en el sistema político y en las instituciones. Esta práctica es aún más complicada pues supone la afectación de intereses de una gran cantidad de grupos económicos y políticos.
A manera de ejemplo, los partidos políticos se han convertido en agencias gubernamentales de intereses particulares para distintos grupos (empresariales, sindicales, religiosos, gremiales, etc.), siendo que, por el contrario, éstos deberían ser los espacios donde los ciudadanos puedan agruparse según principios ideológicos y cosmovisiones compartidas y donde se generen proyectos país consensuados que puedan traducirse en una oferta programática para el electorado.
Otra dirección en la cual debe trabajarse es en la capacidad de respuesta, por parte de las instituciones democráticas, a las problemáticas que enfrenta la ciudadanía.
Partimos del hecho de que el respeto y la confianza en las instituciones es deficiente, razón por la cual no puede esperarse que por arte de magia las personas confíen en ellas, sin que medie un cambio en su accionar. En el caso de nuestro país, siendo los partidos políticos y la Asamblea Legislativa las instituciones peor evaluadas, éstas deben cambiar lo que por mucho tiempo han entregado a la ciudadanía producto de su gestión.
Ubicarse coyunturalmente
Finalizo este escrito destacando la necesidad imperante de que los partidos políticos reconozcan los desafíos que tanto ellos como el sistema democrático enfrentan. Ante la creciente amenaza de movimientos populistas y autoritarios, la única defensa efectiva radica en el campo democrático.
En este contexto se debe optar por ser defensor de los principios fundamentales de la democracia liberal, como el estado de derecho, el debido proceso, las libertades individuales y el bien común, no sucumbir ante la agenda antidemocrática de turno.
Ceder al populismo en nombre de un falso punto intermedio solo debilita la democracia.
Se requiere un nivel de madurez política que permita realizar ajustes ideológicos para construir una agenda sustantiva que mejore la calidad de vida de la ciudadanía. Esta última, con reclamos legítimos y claros hacia el sistema político y sus actores históricos, merece una respuesta que refleje un compromiso real con la democracia y sus valores.
Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no representan necesariamente la postura oficial de Primera Línea. Nuestro medio se caracteriza por ser independiente y valorar las diversas perspectivas, fomentando la pluralidad de ideas entre nuestros lectores.
Política
Cuando el abuso de poder se vuelve ley

RESUMEN
El Expediente 22834 permitiría al Estado confiscar bienes y detener personas solo por sospechas, sin pruebas ni garantías básicas. En lugar de fortalecer la justicia, debilita el debido proceso y pone en riesgo los derechos fundamentales de cualquier ciudadano.
En nombre de la lucha contra la delincuencia organizada, el Expediente 22834 abre la puerta a una peligrosa regresión en nuestro Estado de Derecho. Este proyecto permitiría que el Estado actúe contra cualquier ciudadano sin pruebas previas, con solo una sospecha, congelando sus cuentas, embargando sus bienes y obligándolo a demostrar su inocencia… en tres días.
No se trata de proteger a la ciudadanía, sino de darle poder absoluto a burócratas sin rendición de cuentas. ¿Qué pasa si se equivocan? ¿Quién responde por el daño causado? Este tipo de legislación no combate la impunidad: la traslada al propio Estado.
La seguridad no se construye debilitando las garantías fundamentales ni permitiendo detenciones para notificar procesos. El verdadero desafío es fortalecer nuestras instituciones sin caer en el autoritarismo disfrazado de eficiencia.
Presunción de inocencia, debido proceso y proporcionalidad no son obstáculos para combatir el crimen; son los pilares que impiden que nos convirtamos en víctimas del sistema que dice protegernos.

Política
El Poder como Responsabilidad Democrática

RESUMEN
En una democracia, el poder es un mandato del pueblo que implica rendición de cuentas y servicio. Por tanto, la elección del Directorio Legislativo este 1.° de mayo debe superar el reparto partidario y centrarse en transparencia, idoneidad y responsabilidad. Este año, el país enfrenta el reto de fortalecer su institucionalidad con un Directorio comprometido con el bien común, alejándose de los mezquinos intereses partidarios.
En una república democrática, el poder político no debe entenderse como un fin en sí mismo, sino como un instrumento al servicio del bien común. Teóricamente, al menos. La legitimidad de las instituciones se fundamenta en la idea de que quienes ocupan cargos de autoridad actúan en representación del pueblo y bajo el principio de responsabilidad democrática.
Dicho de otro modo, detentar poder implica rendir cuentas y servir, no simplemente repartir privilegios.
Esta reflexión inicial sienta las bases para analizar la elección del Directorio Legislativo en la Asamblea Legislativa de Costa Rica. Advierto a los queridos lectores que, a la hora y día en que escribí este artículo, no sé con certeza cuál será el resultado de esta elección (aunque me lo imagino: nada glorioso).
Lo que sí sé es que, si el poder parlamentario es una herramienta para canalizar la voluntad popular y fiscalizar al Ejecutivo, entonces la forma en que se elige y ejerce el Directorio debe reflejar esa noción de servicio público responsable, y no convertirse en mera negociación de cuotas de poder partidarias.
Historia y práctica en la elección del Directorio Legislativo
La elección anual del Directorio Legislativo el 1.º de mayo es una de las tradiciones políticas más características de Costa Rica. Históricamente, este proceso ha estado marcado por negociaciones interpartidistas intensas y, en ocasiones, por maniobras polémicas.
En tiempos del bipartidismo hegemónico, el Directorio a menudo recaía en manos del partido de gobierno o de acuerdos relativamente estables entre las dos fuerzas tradicionales. Sin embargo, con la muerte de este bipartidismo, en las últimas décadas ningún partido ha tenido mayoría absoluta en la Asamblea, lo que abre la puerta a “romances tórridos de una semana” en la forma de alianzas MUY extrañas, MUY coyunturales y MUY exóticas para conformar el Directorio.
En varias ocasiones —y este cuatrienio ha sido muestra de ello— las fracciones legislativas han distribuido los puestos del Directorio de forma plural, buscando representar la diversidad del Congreso. Por ejemplo, ha sido habitual que, como resultado de las negociaciones, la presidencia del Congreso recaiga en un partido, la vicepresidencia en otro, las secretarías en otros más y así sucesivamente.
La intención declarada suele ser asegurar el equilibrio y la cooperación entre fuerzas rivales. Sin embargo, en la práctica, este reparto muchas veces obedece más a trueques de favores que a un sincero compromiso con la pluralidad. El desafío histórico ha sido (y seguirá siéndolo, por lo visto) evitar que el Directorio se reparta como botín político y lograr que funcione como un órgano cohesionado al servicio de la Asamblea en su conjunto.
Coyuntura 2025 en Costa Rica: desafíos actuales
La conformación del Directorio para el periodo legislativo 2024-2025, electo el 1.º de mayo de 2024, dejó ver con claridad las dinámicas de poder y las tensiones entre responsabilidad democrática y reparto de cuotas.
Recordemos que en esta elección Rodrigo Arias Sánchez, del PLN, logró su reelección por tercera vez consecutiva como presidente de la Asamblea Legislativa, en un proceso muy complejo. Ningún partido contaba por sí solo con los 29 votos necesarios, así que se tejió una alianza heterogénea. Arias obtuvo 36 votos (ocho menos que el año previo) gracias al apoyo de diputados de diversas fracciones.
Este año, la coyuntura refleja aún más los evidentes riesgos de captura institucional. Por un lado, la fragmentación del Parlamento (siete fracciones más diputadas independientes) hace que la elección del Directorio dependa de pactos “en el Cafetín”, donde se pueden intercambiar puestos, comisiones o nombramientos por apoyos, en lugar de debatir abiertamente visiones sobre cómo conducir el Primer Poder de la República.
Esto conlleva el peligro de que el Directorio sea visto como “repartido en cuotas” —cada grupo lleva agua para su molino— en vez de ser un equipo de conducción al servicio de toda la Asamblea.
Por otro lado, cuando un bloque dominante logra copar la mayoría de puestos, existe el riesgo de uso faccioso del poder: si el partido de gobierno y sus aliados controlan el Directorio, podrían, en teoría, manipular la agenda legislativa para evitar controles políticos incómodos o retrasar iniciativas de la oposición.
Inversamente, si una coalición opositora mantiene el control solo para obstaculizar al Ejecutivo, también se desvirtúa la función parlamentaria constructiva. En 2025, con el panorama preelectoral en el horizonte, las lealtades partidarias en la Asamblea se mezclan con cálculos electorales, lo que incrementa la tentación de captura partidista del Directorio para proyectar poder o bloquear al adversario en el último tramo del periodo.
Ahora bien, no todo deberían ser amenazas; también hay ventanas de oportunidad para fortalecer la democracia legislativa. La propia necesidad de acuerdos entre múltiples bancadas puede traducirse en mayor diálogo y compromisos programáticos, si así se lo propusieran los diputados. La coyuntura 2025 exige que los actores políticos tomen conciencia de que el país observa este proceso y que el país está cansado. La Asamblea necesita un cambio (sí, cajita blanca para mí).
Principios para una elección y ejercicio responsable del Directorio Legislativo
A la luz de esta realidad, cabe proponer una serie de principios y lineamientos que deberían guiar tanto la elección como el desempeño del Directorio Legislativo en Costa Rica, para realinear el poder con la responsabilidad democrática:
- Transparencia en las negociaciones. Las conversaciones y acuerdos para conformar el Directorio deberían enfocarse en la agenda y valores institucionales, no en repartos no divulgados. Sería adecuado que las bancadas comuniquen cuáles criterios respaldan para cada puesto (por ejemplo, experiencia parlamentaria, conocimiento del reglamento, compromiso con la transparencia).
- Perfil idóneo y meritocracia. Quienes aspiren a presidir la Asamblea o integrar el Directorio deben ser diputadas o diputados con integridad y capacidad de diálogo. El Congreso costarricense podría establecer acuerdos interpartidarios para postular a las personas más respetadas, enviando un fuerte mensaje: se privilegia la idoneidad sobre la lealtad partidista. Por ejemplo, no se debe postular a diputados con cuestionamientos éticos serios, para proteger la imagen ejemplar del Directorio.
- Fortalecimiento de la rendición de cuentas del Directorio. Así como el Directorio tiene poder para fijar el rumbo del trabajo legislativo, también debería estar sujeto a control y evaluación. Una idea es que, al final de cada periodo anual, el Directorio saliente presente un informe público detallado sobre las mejoras en el proceso legislativo (modernización de procedimientos, medidas de transparencia, resultados en trámite de proyectos, entre otros). Esto convertiría la gestión del Directorio en objeto de escrutinio público e incentivaría a sus miembros a dejar una impronta positiva más allá de la política inmediata.
La elección del Directorio Legislativo en Costa Rica debe ir más allá de un simple reparto de poder. Es un acto de responsabilidad democrática. Los diputados deben recordar que cada cargo —ya sea la presidencia del Congreso o una secretaría— representa la confianza de la ciudadanía para gestionar la agenda nacional. Solo así el Directorio podrá garantizar una deliberación abierta, el equilibrio de poderes y la integridad legislativa.
Si se prioriza el poder por el poder, el resultado será mayor cinismo ciudadano y un debilitamiento institucional aún mayor que el que ya enfrenta el desacreditado Poder Legislativo.
En este 2025, Costa Rica tiene la oportunidad de demostrar su madurez política: un Directorio elegido con visión y que actúe con transparencia, inclusión y principios reafirmará que el poder público no pertenece a los gobernantes, sino que es un mandato temporal del pueblo, que debe honrarse con servicio y responsabilidad. Así, el poder se entiende como lo que debería ser en una democracia: un compromiso, no un botín.
Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no representan necesariamente la postura oficial de Primera Línea. Nuestro medio se caracteriza por ser independiente y valorar las diversas perspectivas, fomentando la pluralidad de ideas entre nuestros lectores.
Política
No más regímenes de excepción disfrazados de justicia

RESUMEN
Desde hace años en Costa Rica se ha identificado como un problema fiscal y de inequidad la existencia de regímenes que permiten las llamadas “pensiones de lujo”. Sin embargo, pese a ese contexto y al desafío que representa la inseguridad para el país, la Asamblea Legislativa —motivada por el Poder Judicial y amparada en un estudio actuarial interno— aprobó ajustes al régimen de pensiones del OIJ. Una decisión que va a contravía del contexto fiscal y de las lecciones que, se supone, ya habíamos aprendido.
En Costa Rica, llevamos años lidiando con las consecuencias de decisiones legislativas que, bajo la bandera de la justicia, han terminado siendo fuente de inequidad fiscal y desbalance institucional. Las llamadas “pensiones de lujo” son el mejor ejemplo de ello: regímenes de retiro privilegiados, construidos sobre bases insostenibles, y muchas veces otorgados a personas que no aportaron proporcionalmente al sistema.
El país ha venido cuestionando –con razón– estos beneficios excepcionales que comprometen el presupuesto público y minan la confianza ciudadana.
Sin embargo, a pesar de esa experiencia amarga y del clamor constante por reformas estructurales, la Asamblea Legislativa acaba de aprobar el expediente 22.817, una iniciativa que, aunque bien intencionada, reincide en el mismo vicio: la creación de un régimen jubilatorio especial para un grupo reducido de funcionarios del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), específicamente para aquellos que portan armas o están adscritos a la sección de cárceles.
Les establece las siguientes condiciones: un 82% del salario promedio de los últimos 240 meses, con ajustes por inflación, y con posibilidad de retiro a los 55 años si se cumplen 30 años de servicio o, en su defecto, una fórmula proporcional si el servidor tiene al menos 20 años en el Poder Judicial.
Esta ley no debió haberse aprobado y usted, señor Presidente, debe vetarla.
No porque ignoremos la importancia de la labor que realiza el personal del OIJ. No porque neguemos que trabajar en condiciones de alto riesgo debe tener un reconocimiento. Lo hacemos porque no es así como se construyen sistemas previsionales justos, sostenibles ni equitativos. Lo hacemos porque esta ley, en el fondo, reproduce la lógica de los regímenes de excepción que ya tanto daño le han hecho al país.
¿Por qué un régimen especial para el OIJ y no para la Fuerza Pública?
El argumento central para justificar esta ley es el riesgo. Pero ¿acaso no enfrentan iguales o mayores riesgos los oficiales de la Fuerza Pública que patrullan zonas dominadas por el crimen organizado, sin chalecos antibalas certificados y con salarios aún más bajos? ¿Dónde queda la equidad interinstitucional? ¿Dónde queda la lógica de un Estado que trata igual a quienes enfrentan realidades similares?
Conceder un trato excepcional a un solo grupo dentro del aparato de seguridad del Estado, sin una política integral ni un análisis actuarial objetivo del impacto fiscal, es políticamente miope y socialmente injusto. Esta no es una solución estructural. Es un privilegio.
Una decisión con efectos presupuestarios profundos
El país atraviesa un período en el que cada colón cuenta. Hemos estado luchando por contener el crecimiento del gasto, controlar el déficit y cumplir con las metas fiscales que nos impusimos para recuperar nuestra credibilidad internacional.
Entonces, ¿cómo justifica la Asamblea Legislativa crear un régimen que inevitablemente implicará una mayor carga sobre el presupuesto del Poder Judicial, y por ende, del Estado costarricense?
En lugar de discutir cómo mejorar las condiciones laborales de todos los cuerpos policiales del país, o cómo fortalecer el régimen general de pensiones, optamos por abrir una vez más la puerta a los beneficios especiales. Lo que se necesita es una visión integral, no parches sectoriales que agravan la fragmentación del sistema previsional.
Lecciones no aprendidas: el espejo de las pensiones de lujo
La historia reciente nos ha demostrado que estas decisiones tienen consecuencias. Las pensiones de lujo se justificaron alguna vez con argumentos similares: mérito, riesgo, entrega. Pero su diseño terminó beneficiando a pocos a costa de muchos, generando un resentimiento social que aún hoy envenena la discusión pública. ¿Vamos a repetir el error?
La sostenibilidad de un régimen de pensiones no depende únicamente del carácter honorable de los beneficiarios. Depende de su proporcionalidad, de su financiamiento y de su coherencia con los principios del sistema general. Lo contrario es crear castas previsionales, lo cual es incompatible con una república moderna.
La responsabilidad del Poder Ejecutivo: no ceder ante lo simbólico
Entiendo que vetar esta ley tiene un costo político. Que puede ser leído como una falta de apoyo a quienes arriesgan su vida en defensa del país. Pero gobernar es tener el valor de decir que no. El respeto por la institucionalidad y la igualdad ante la ley debe ser más fuerte que cualquier narrativa emocional.
No se trata de cerrar los ojos ante la realidad de quienes sirven con riesgo, se trata de hacer las cosas bien. Si el país considera justo establecer condiciones especiales para ciertos funcionarios por la naturaleza de su labor, debe hacerlo en el marco de una política pública general e integral.
Legislar en parches ha producido un país lleno de remiendos donde la cobija ya no da para todos.
Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no representan necesariamente la postura oficial de Primera Línea. Nuestro medio se caracteriza por ser independiente y valorar las diversas perspectivas, fomentando la pluralidad de ideas entre nuestros lectores.
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