Opinión
Nada es gratis

RESUMEN
Una de las ideas más extendidas entre las personas es que la salud o la educación públicas son gratuitas, de hecho, se afirma que la educación pública es “gratuita y obligatoria.” No obstante, tales servicios y otros más no son gratuitos, alguien los paga de una u otra manera.“En pleno Siglo XXI y todavía hay quien cree que…”, es una expresión que usamos para resaltar que haya quien todavía crea en ideas que consideramos absurdas en la actualidad o mejor dicho, que ya debieron haber sido superadas. Uso esta frase como introducción a este artículo tomándome el atrevimiento de completarla con algo que encontramos aún hoy con frecuencia:
“En pleno Siglo XXI y todavía hay quien cree que los servicios públicos son gratis.”
La mayoría hemos asistido a la educación pública, visitado centros de salud del Seguro Social e incluso, quizás hemos tenido la necesidad de llamar a la policía para poner una denuncia. En todas esas ocasiones recibimos un servicio y a cambio, no nos cobraron nada.
Todos esos servicios, que en el momento de recibirlos parecen gratuitos, de alguna forma ya fueron pagados y es más, se pagan todos los días y entre todos los mantenemos.
El mecanismo por excelencia por el que pagamos por los servicios públicos son los impuestos y a través de ellos, el Estado cubre el costo de los servicios que brinda. Se generan impuestos en muchas ocasiones y de diferentes formas:
- Cuando una empresa declara sus ganancias (impuesto sobre la renta de personas jurídicas).
- Cuando una persona declara sus ingresos (impuesto sobre la renta de personas físicas).
- Cuando nos cobran un porcentaje extra al final de cada factura que pagamos (impuesto al valor agregado).
- Cuando compramos una propiedad o un carro (impuestos sobre el traspaso de bienes muebles e inmuebles).
- Cuando se importan productos en el exterior (impuestos arancelarios).
- Cuando cada año debe pagarse por una propiedad (impuestos sobre bienes inmuebles).
- Cuando … .En fin, hay muchísimos más “cuandos”.
En general, podemos decir que todo aquello que sea susceptible de ser gravado, puede o si no lo es aún, podrá caber dentro del alcance de algún impuesto. Son tan omnipresentes los impuestos, que se nos presentan en formas que podríamos no percibirlos como tales. Un ejemplo de esto son las cargas sociales, las cuales no son más que pagos obligatorios repartidos entre empresas y trabajadores que suelen destinarse para financiar programas de seguridad social, atención médica y las pensiones y que más allá de instituciones, sus autonomías o las regulaciones, las cargas sociales no son más que otro impuesto, en este caso, sobre el salario.
La existencia o inexistencia de determinados impuestos, el porcentaje a gravar, el esquema tributario y cualquier aspecto de la política fiscal estará sujeta al tamaño del sector público y a la orientación ideológica del gobierno de turno.
Lo que tienen en común todos los impuestos es que se traducen en pagos obligatorios que hacen las personas y las empresas. El mismo término “impuesto” nos indica que son obligatorios y por su naturaleza, al no ser voluntarios, el no pagarlos puede exponer a una persona o a una empresa a multas o a penas de cárcel. La obligación de pago, forzada por la amenaza de sufrir un castigo en caso de no hacerlo, nos demuestra un carácter de coacción necesaria para que las personas y empresas los cancelen en tiempo y forma. Esa necesidad de ejercer coacción, forzando a que otros hagan lo que libremente no harían, provoca que algunos afirmen, quizá con razón, que los impuestos son un robo legalizado.
Cuando los impuestos no son suficientes para sufragar el gasto que asume el Estado para proveer y mantener los servicios públicos, lo cual sucede muy a menudo por no decir siempre, se echa mano del endeudamiento. En este caso, el Estado solicita préstamos a entidades que le puedan facilitar ese dinero. Todos hemos oído los nombres del FMI, Banco Mundial o el BCIE, ya que estas entidades están diseñadas para prestar dinero a los países o más específicamente, a sus gobiernos.
Hay que señalar que también se le puede pedir préstamos a otros países directamente. En los años setenta, por ejemplo, se le pidió un préstamo a la entonces República Federal de Alemania para impulsar una política educativa, la cual, quizá no le sorprenda el hecho, nunca se ejecutó (la política, ya que los fondos sí se recibieron y se asumió la deuda). Entre otros muchos casos, también se le ha llegado a pedir dinero prestado a China.
Igual como le sucede a una persona que no administra bien sus gastos, dado que el endeudamiento es básicamente obtener dinero fácil y rápido, se suele caer en la irresponsabilidad de abusar de este mecanismo, a la vez que la posibilidad de recibir dinero por esta vía, retrasa la decisión de subir impuestos para aumentar los ingresos del Estado. Dado que es menos impopular endeudar al país que subir impuestos, se prefiere recurrir al endeudamiento, siempre que haya alguien dispuesto a prestar el dinero. El financiamiento por deuda, al igual que los impuestos, tiene un costo que recae sobre todos a excepción de los políticos, pero a futuro, se tendrán que pagar más impuestos para hacerle frente a las obligaciones adquiridas (pagar por lo prestado y sus intereses).
Respecto al endeudamiento entonces, le recomiendo memorizar esta frase:
El aumento de impuestos que no paga hoy, lo pagará mañana.
Más allá de los impuestos, también hay otras formas por las cuales el Estado obtiene ingresos para sufragar el gasto de los servicios públicos. Ejemplos de formas alternativas son las siguientes:
- Aprovechando las utilidades de las empresas estatales, si es que las generan ya que de lo contrario, sus pérdidas se convierten en otro gasto por cubrir.
- Ir a la guerra contra otro Estado, vencerle, conquistarle, saquear sus reservas monetarias, recursos y hacerle pagar costes de ocupación y reparaciones de guerra (si pierden la guerra pues todo sería al revés)
- Lo que hacen los países árabes, Noruega y Singapur por medio de fondos soberanos de inversión los cuales adquieren acciones de empresas que cotizan en bolsa, obteniendo así parte de las ganancias de esas empresas y como los casos anteriores, también se asume un riesgo.
Es gracias a todos estos mecanismos que el Estado puede proveer educación y salud, estos servicios que algunos consideran “gratuitos”. Es también por medio de ellos que se pueden hacer otras cosas que no he mencionado, tales como la construcción y mantenimiento de obra pública, la compra de equipos e insumos de diversas índoles y el otorgamiento de subsidios y ayudas estatales.
Todo eso, más allá de la ilusión de la gratuidad, lo pagamos todos y en consecuencia, el coste recae sobre cada ciudadano de una u otra forma. Nada es gratis, los servicios públicos y en general todo el gasto público se paga a través de impuestos, endeudamiento y lo que aporten las empresas estatales y en todos estos rubros, el que pone el dinero es el ciudadano, el mal llamado contribuyente.
Entender que nada de lo que da el Estado es gratis nos permite plantearnos las siguientes preguntas:
¿Cuánto nos cuesta mantener al Estado? ¿Recibimos un servicio que justifique lo que pagamos al Estado? ¿Debe mi dinero destinarse a sufragar determinados gastos? ¿Hay que reformar el Estado? ¿Es eficiente el gasto público?
Entender esto debería empujarnos a hacer algunas cosas:
- Exigirle al Estado que cumpla con sus funciones y provea servicios públicos de calidad, acorde a lo que se paga en impuestos y lo que se pagará por el endeudamiento.
- Exigirle al Estado que elimine los gastos totalmente innecesarios a través de la eliminación de burocracia, privilegios y programas innecesarios.
- Demandar al Estado por publicidad engañosa cada vez que diga que la educación o la salud son gratis.
La imagen de lo “gratis” nos llevaría quizás a no exigir, acorde con el refrán; “A caballo regalado no se le mira el diente”. Recordemos con lo que iniciamos el artículo; que estamos en pleno Siglo XXI y ya deberíamos tener claro a esta altura, que todos estos caballos no son regalados.
Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no representan necesariamente la postura oficial de Primera Línea. Nuestro medio se caracteriza por ser independiente y valorar las diversas perspectivas, fomentando la pluralidad de ideas entre nuestros lectores.
Opinión
Jueces a la carta: ¿seguirá Costa Rica el ejemplo mexicano?

RESUMEN
Cuando se permite que la política controle la justicia, la impunidad deja de ser una excepción y se vuelve norma. México ya dio ese paso; Costa Rica aún tiene la oportunidad de evitarlo. El problema no es solo cómo se eligen los jueces, sino quién rinde cuentas, quién decide, y con base en qué criterios. Mientras no enfrentemos los privilegios, las reelecciones automáticas, y los conflictos de interés en el sistema judicial, seguiremos atrapados en un modelo que protege al poder, no a los ciudadanos.
México implementó recientemente un cambio profundo en la forma en que se elegirá, en adelante, a los jueces; una decisión que ha generado críticas internas y externas, por sus posibles implicaciones en la independencia judicial.
Lejos de ser el resultado de un clamor ciudadano, esta reforma responde al deseo de una parte específica de la clase política mexicana —la del izquierdista partido Morena— que busca consolidar su control sobre los poderes del Estado, desoyendo las voces que exigen una justicia imparcial y transparente.
A pesar de su orgullosa trayectoria republicana, Costa Rica no está exenta de ese riesgo.
De manera que, si lo ocurrido en México no se discute a tiempo, ni se corrigen las causas que lo originaron, podríamos enfrentar un escenario donde la democracia y el Estado de derecho se debiliten considerablemente.
Consecuencias de una justicia manipulada
La reforma ocurrida en México, que otorga a la esfera política gobernante un mayor control sobre la elección de los jueces, refleja un problema más profundo: la impunidad, tanto administrativa como política.
En la medida en que el poder para elegir a los jueces se concentre en manos de los gobernantes, el sistema judicial corre el riesgo de convertirse en un mero instrumento para servir a sus intereses, y perpetuar esta situación.
Es así como los jueces, que deberían ser la última línea de defensa de los ciudadanos frente a los abusos de poder, pueden acabar siendo seleccionados por su lealtad política hacia el gobernante de turno y no por su idoneidad.
El resultado de ello sería un ciclo vicioso en el que los delitos administrativos o políticos, cometidos desde el poder, queden impunes, fomentando más corrupción e injusticia en contra de los gobernados.
Reducir los requisitos a simplemente ser abogado, y delegar en la ciudadanía la elección de la persona idónea para ejercer el cargo —considerando los resultados de otros puestos de elección popular donde se prioriza la simpatía o el beneficio inmediato— no augura un futuro prometedor al sistema judicial mexicano.
El espejo costarricense
En Costa Rica, aunque el método de selección de los jueces es distinto al sistema recientemente adoptado en México, la sombra de la politización y los conflictos de interés no le son ajenos.
La falta de consecuencias reales para quienes cometen actos de corrupción, y el tráfico de influencias en la designación de puestos clave, crean un ambiente donde la justicia no siempre es equitativa.
Tampoco ayuda la posibilidad de que existan cargos vitalicios en las magistraturas, y el hecho de que en la Comisión de Nombramientos de la Asamblea Legislativa puedan inclinar la balanza aspectos tan subjetivos como una entrevista.
La ciudadanía percibe un sistema judicial que, en muchos casos, no responde a sus necesidades, y parece proteger a quienes tienen conexiones políticas o poder económico; y, aunque el sistema judicial costarricense ha gozado históricamente de mayor autonomía, ya se evidencian signos de agotamiento que parecieran ser ignorados por quienes están a su mando.
Lecciones y oportunidades
El paralelismo entre México y Costa Rica no es casual. En ambos países, los problemas de justicia e impunidad son el resultado de una clase política que antepone sus intereses a las demandas ciudadanas.
Cuando la justicia no es equitativa, se desmantela la confianza en las instituciones, lo que puede derivar en una proliferación de delitos sin castigo y, en consecuencia, en una crisis de gobernabilidad.
La corrupción y la distribución de cargos entre allegados se vuelven parte del sistema, mientras que las reformas que podrían mejorar la forma de impartir justicia son ignoradas o postergadas indefinidamente.
En ese sentido, el Informe del Estado de la Justicia en Costa Rica señaló varios puntos críticos que deben atenderse para evitar el deterioro del sistema judicial. Entre sus principales recomendaciones destaca la separación entre la parte administrativa y la judicial, cosa que no sucede en la actualidad, ya que la Corte Suprema de Justicia asume ambos roles, lo que genera conflictos de interés y una gestión ineficiente.
Al transferir la administración a un ente autónomo, la Corte podría enfocarse exclusivamente en impartir justicia, mejorando tanto su capacidad técnica como su transparencia administrativa.
Otra propuesta clave es la implementación de evaluaciones periódicas y transparentes para los jueces, algo que ha sido limitado y poco efectivo hasta ahora.
En paralelo, el informe también sugiere la creación de mecanismos de auditoría externa y control ciudadano en relación con el sistema judicial, medidas que incrementarían la confianza pública.
Si Costa Rica no adopta estas recomendaciones e ignora las demandas ciudadanas de reforma, enfrentará lamentablemente el mismo riesgo que México: un sistema judicial bajo el control político que perpetúa la corrupción y la impunidad. Ante este panorama, es necesario actuar con firmeza.
¿Qué podemos hacer?
Es urgente implementar reformas que fortalezcan la independencia judicial, fomentando que los jueces sean seleccionados por su capacidad técnica y ética, y no por sus conexiones políticas.
Al mismo tiempo, es necesario crear mecanismos de participación ciudadana reales, para que las voces de quienes exigen justicia no sean ignoradas.
Pareciera indispensable proponer una reforma constitucional que limite la reelección de los magistrados, situación que actualmente se produce de manera casi automática, pues se requieren 38 votos en contra, algo prácticamente imposible debido a la conformación de la Asamblea Legislativa.
Dado que las reformas constitucionales son lentas, sería conveniente que la Asamblea Legislativa adoptara un acuerdo para no reelegir a nadie más a partir de ahora, permitiendo así la renovación necesaria. Gente con nuevas ideas y perspectivas es crucial si queremos aspirar a una justicia pronta y cumplida.
Tras décadas con las mismas personas al mando, lo que tenemos es ineficiencia, desorden, abusos e intereses creados. Continuar por el mismo camino no producirá resultados distintos.
También se podría considerar limitar el mandato a un solo periodo de 12 años. Y, por supuesto, eliminar las puertas giratorias, ya que, de lo contrario, continuaremos fomentando las malas prácticas que nos tienen donde estamos.
Resulta esencial revisar los criterios de la Comisión de Nombramientos, ya que aspectos tan subjetivos como una entrevista no deberían ser determinantes para una elección de esta naturaleza. Habría que priorizar criterios técnicos como el tiempo de respuesta, el trabajo en equipo, la cantidad de trámites resueltos y, sobre todo, la calidad de las resoluciones.
Costa Rica, al igual que México, debe resistir la tentación de caer en una justicia manipulada desde el poder político; pero, para ello, debemos asegurarnos de que el sistema funcione para todos y no solo para unos pocos.
La falta de independencia judicial y la corrupción amenazan la estabilidad de cualquier país: ¿estamos dispuestos a ignorar estas señales o tomaremos acciones antes de que sea demasiado tarde?
Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no representan necesariamente la postura oficial de Primera Línea. Nuestro medio se caracteriza por ser independiente y valorar las diversas perspectivas, fomentando la pluralidad de ideas entre nuestros lectores.
Opinión
Cuando la autonomía se convierte en impunidad: la UCR bajo el mando de Carlos Araya

RESUMEN
La Universidad de Costa Rica atraviesa una grave crisis institucional bajo la rectoría de Carlos Araya Leandro, marcada por clientelismo, aumentos salariales arbitrarios, uso indebido de la autonomía universitaria y falta de rendición de cuentas. Exigir su renuncia y promover reformas profundas no es un capricho, sino una opción necesaria para recuperar la integridad, la transparencia y la confianza en esa universidad pública.
Solo si uno ha estado bajo una roca en las últimas semanas, es posible que no se haya percatado de que la Universidad de Costa Rica (UCR) enfrenta hoy una de las mayores crisis institucionales de su historia.
Una universidad que, en papel, al menos, durante décadas fue sinónimo de transparencia y excelencia académica se encuentra ahora inmersa en un escándalo que pone en duda su integridad y su compromiso con los principios que siempre ha defendido.
El epicentro de esta crisis es su rector, Carlos Araya Leandro, cuya gestión está marcada por decisiones administrativas cuestionables, aumentos salariales dudosos, nombramientos polémicos y una alarmante alianza con el sindicato que pone en entredicho —una vez más— la autonomía universitaria.
¿Qué sucedió?
Carlos Araya asumió la rectoría de la UCR en enero de 2025, tras una campaña en la que prometió mejorar las condiciones salariales de los docentes más jóvenes. Sin embargo, lo que parecía un compromiso genuino con el personal académico se convirtió rápidamente en una red de privilegios para sus allegados. Muy a lo que tradicionalmente podría haberse presumido de Liberación Nacional, por ejemplo.
Mediante la resolución R-13-2025, Araya abrió la puerta para trasladar a salario global a cientos de funcionarios, muchos de ellos sin cumplir los requisitos que establece la Ley Marco de Empleo Público. A esto se sumó la resolución R-75-2025, que otorgó aumentos salariales de hasta 4 millones de colones para 22 puestos de confianza designados directamente por el rector.
Lo que en un principio parecía una mejora administrativa resultó ser un acto arbitrario que vulnera principios básicos de legalidad, ética y meritocracia.
El propio Consejo Universitario ha tenido que reconocer, de forma tardía y con bastante torpeza, que aprobar el Reglamento de Régimen Salarial Académico (RRSA) sin contar con estudios técnicos fue un error que la comunidad universitaria no puede tolerar.
El poder concentrado y las redes de lealtades
Araya ha demostrado un claro patrón de concentración de poder que va más allá de sus decisiones salariales. Desde su llegada, no solo nombró a personas de su círculo cercano en puestos estratégicos, sino que creó nuevos cargos de confianza que concentran aún más el control administrativo en su figura. Un ejemplo claro es el caso de su pareja, Jessy Reyes, a quien designó como “rectora adjunta”, un puesto que nunca antes había existido en la estructura universitaria.
Esta tendencia al clientelismo también se observa en otros casos, como el de Alonso Castro Mattei, quien tras ser sancionado en 2020 por faltas éticas, fue nombrado nuevamente en un puesto de confianza bajo la administración Araya. Las investigaciones en curso sobre la influencia indebida en nombramientos y aumentos salariales revelan que el rector no solo ha quebrantado normas internas, sino que también ha desvirtuado principios básicos como el sentido común, la moral y la autonomía universitaria.
La autonomía como pretexto para la opacidad
La autonomía universitaria es un principio fundamental que garantiza la independencia académica y administrativa de la UCR.
No obstante, cuando esta autonomía se utiliza como excusa para evitar la rendición de cuentas, se convierte en un escudo para la impunidad.
Durante los últimos meses, hemos visto cómo el rector ha intentado utilizar este principio para justificar decisiones administrativas claramente contrarias a la ley y a los principios éticos que la universidad debe defender. En lo personal, pienso que esta autonomía no debería ir más allá del plano académico. Ahí ha radicado nuestro error como sociedad.
El reciente pacto con el Sindicato de Empleados de la UCR (SINDEU), que busca revivir el escalafón administrativo declarado ilegal por la Oficina Jurídica, refleja una preocupante alianza política que pone en riesgo la sostenibilidad financiera de la institución. Aceptar estos acuerdos con el sindicato no solo es irresponsable, sino que podría comprometer el financiamiento estatal en momentos en que el presupuesto universitario ya enfrenta importantes presiones.
El silencio de Araya y la respuesta pública
A pesar de la gravedad de los hechos, Carlos Araya ha optado por un silencio institucional que solo agrava la crisis de confianza. En lugar de asumir responsabilidades, ha preferido cuestionar a los medios de comunicación y atacar a quienes han denunciado sus irregularidades. Este intento de victimización, que pretende desviar la atención de los verdaderos problemas estructurales, es inaceptable en un líder académico.
El país y la comunidad universitaria merecen respuestas claras y decisiones contundentes que restablezcan la integridad de la rectoría. En lugar de defenderse atacando, el rector debería asumir las consecuencias de sus actos y presentar su renuncia inmediata. Su permanencia en el cargo no solo erosiona la credibilidad de la UCR, sino que daña la confianza de los estudiantes, docentes y de la sociedad costarricense en su conjunto.
Por otra parte, lo que también resulta desconcertante es el silencio casi absoluto de la Asamblea Legislativa ante esta crisis.
No he visto, hasta ahora, a ningún diputado o fracción asumir este tema con la seriedad que amerita. Estamos hablando de presuntas irregularidades en el uso de recursos públicos, de nombramientos cuestionables y de un manejo administrativo que podría comprometer no solo la legitimidad de la UCR, sino la credibilidad del sistema universitario costarricense.
El Congreso no puede seguir actuando como si la autonomía universitaria implicara inmunidad absoluta. Hay canales institucionales para ejercer control político, exigir cuentas y proteger el interés público sin violentar la Constitución. Ignorar este tema, por cálculo o por indiferencia, también es una forma de complicidad.
Una oportunidad para la refundación universitaria
Este escándalo no debe verse solo como un problema administrativo, sino como una llamada de atención sobre los problemas estructurales de la universidad. La excesiva concentración de poder en la figura del rector, la falta de controles internos efectivos y el uso político de la autonomía universitaria deben ser revisados con seriedad y valentía.
Es imperativo que el Consejo Universitario actúe con determinación, promoviendo reformas que limiten el poder discrecional del rector y garanticen procesos de selección basados en mérito y transparencia. Asimismo, se deben establecer mecanismos claros para que cualquier acto contrario a la ética sea sancionado, sin importar el cargo o la influencia del infractor.
Por una universidad que rinda cuentas
La UCR ha sido históricamente la conciencia crítica del país y un baluarte de la educación pública. No podemos permitir que decisiones arbitrarias y manejos oscuros comprometan ese legado. La transparencia, la ética y la rendición de cuentas deben volver a ser los principios rectores de nuestra universidad.
Como ciudadano y exlegislador, hago un llamado al rector Carlos Araya para que asuma su responsabilidad y dé un paso al costado. La UCR debe recuperar su dignidad institucional y, para ello, necesitamos una administración que sea ejemplo de integridad y responsabilidad. La comunidad universitaria y el país lo exigen.
Es momento de rectificar el rumbo antes de que el daño sea irreparable. Rector: renuncie.
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Opinión
Los Estudios Generales y la Rebelión de Atlas

RESUMEN
Los Estudios Generales en Costa Rica nacieron con la intención de formar profesionales con una visión crítica y humanista. A lo largo del tiempo, su desarrollo ha estado marcado por debates ideológicos y la influencia de distintas corrientes de pensamiento. Si bien han hecho aportes importantes a la formación profesional, es indiscutible que también enfrentan desafíos, especialmente por la falta de contrapesos adecuados.
Los estudios generales (en latín, studia generalia) son la institución de la que surgieron las primeras universidades en la cristiandad latina (un espacio a grandes rasgos coincidente con Europa occidental). Desde la Alta Edad Media, tras el breve período en que funcionó la escuela palatina carolingia, existían las escuelas monásticas y las escuelas catedralicias, que servían para la formación del clero. A falta de otras instituciones educativas, también acudían a ellas los seglares que deseaban instruirse.
En Costa Rica, Rodrigo Facio y su equipo de trabajo introdujeron, a mediados del siglo pasado, una reforma que incluía los Estudios Generales (humanidades) como parte del plan de estudios universitarios, constituyendo un conjunto de cursos basados en perspectivas humanistas y en el desarrollo del pensamiento crítico.
Cabe destacar que el humanismo es la reflexión sobre el ser humano y su condición en el mundo.
Todo ello —nos recuerdan sus documentos fundacionales— con el fin de buscar de manera permanente y libre la verdad, la justicia, la belleza, el respeto a las diferencias, la solidaridad, la eficacia y la eficiencia.
En esta línea, la educación general y humanística buscaba contribuir a formar profesionales sensibles, no sólo bien preparados en un área específica del conocimiento, sino también capaces de contribuir, de manera reflexiva y crítica, a desarrollar un mundo más digno para los seres humanos. Por otra parte, en lo específico, su implementación buscaba solventar algunas carencias que, desde entonces, se percibían en la enseñanza secundaria.
Algunas reflexiones
Con toda sinceridad, considero que, después de más de medio siglo de existencia, los estudios generales han sido una herramienta útil para el cumplimiento de las expectativas académicas de sus ilustres fundadores. Su implementación coincidió con la llegada de célebres educadores extranjeros, entre los más connotados, los filósofos españoles Constantino Lascaris y Teodoro Olarte. Con el tiempo, grandes pensadores locales como Guillermo Malavassi, Francisco Antonio Pacheco, Roberto Murillo, Nini Chinchilla, Vladimir de la Cruz, Isaac Felipe Azofeifa y Luis Fernando Fauaz han dejado, a su vez, su propia impronta.
Su desarrollo, sin embargo, se ha visto envuelto en una lucha de contrastes. Siguiendo a Agustín Laje, la modernidad se caracteriza como un contexto sociohistórico cuyas notas distintivas, íntimamente interrelacionadas entre sí, están marcadas por un proceso de racionalización creciente que llevó al mercado, en la economía; al Estado Burocrático, en la política; y a la racionalización pluralista, en la cultura.
La cultura ha llegado a ser el botín principal del poder, lo que ha llevado a apoderarse de las cátedras universitarias con la intención de convertirlas en centros de adoctrinamiento marxista-leninista, a pesar de ser una ideología marcada por cien años de fracasos y cien millones de muertos.
Luego del estrepitoso descalabro del socialismo real en la URSS, Cuba, la RDA y algunos países africanos, los neomarxistas reinstalaron su narrativa, ahora a través del control de múltiples “istmos” como el ambientalismo, el feminismo, el indigenismo y la ideología de género, de la mano de pensadores como Antonio Gramsci, Ernesto Laclau, Chantal Mouffe y Michel Foucault.
Si bien los estudios generales procuran, en esencia, la universalidad del conocimiento humano, considero que, en la práctica, muchos alumnos fuimos inundados de teorías fracasadas y generadoras de pobreza, sin el necesario contrapeso.
De esta manera, autores como Louis Althusser, Marta Harnecker y Eduardo Galeano llenaron nuestras cabezas de narrativa corporativista y de sociedades centradas en el gasto y no en la productividad, sin que sus tesis fueran acompañadas de posiciones distintas como las de Karl Popper, Adam Smith, Frederick Hayek y, por qué no, la pensadora liberal más influyente de todos los tiempos, Ayn Rand.
Ayn Rand y “La rebelión de Atlas”.
Nacida rusa como Alisa Zinóvievna Rosenbaum (San Petersburgo, 1905-Nueva York, 1982), Ayn Rand fue historiadora, filósofa y escritora nacionalizada estadounidense, país al que emigró a los 21 años.
Rand defendía el egoísmo racional, el individualismo y el capitalismo laissez-faire, argumentando que este último es el único sistema económico que permite al ser humano vivir como tal, es decir, haciendo uso de su facultad de razonar. En consecuencia, rechazaba absolutamente el socialismo, el altruismo y la religión.
Desarrolló un sistema filosófico conocido como objetivismo, cuyos principios sostenían que el hombre debe elegir sus valores y acciones mediante la razón; que cada individuo tiene derecho a existir por sí mismo, sin sacrificarse por los demás ni sacrificar a otros para sí; y que nadie tiene derecho a obtener valores de otros recurriendo a la fuerza física.
Finalmente, Ayn Rand es autora de novelas como “El manantial” y su obra más importante, “La rebelión de Atlas”(1957), por la que muchos individuos confiesan haber llegado a ser libertarios.
El libro narra la decadencia de los Estados Unidos como consecuencia del excesivo intervencionismo del gobierno. Esta obra divide la fibra social del país en dos clases: la de los “saqueadores” y la de los “no saqueadores”.
- Los saqueadores están representados por la clase política (místicos del músculo) y los cultos religiosos(místicos del espíritu) que piensan que toda actividad económica debe estar regulada y sometida a una fuerte imposición fiscal.
- Los no saqueadores son emprendedores, capitanes de empresa e intelectuales que consideran que la solución está justamente en todo lo contrario.
En el espíritu inclusivo de los Estudios Generales, cuyos documentos fundacionales aspiran a propiciar “de manera reflexiva y crítica, un mundo más digno para los seres humanos”, lamento no haber conocido esta obra en 1973, cuando inicié mis estudios en la UCR, o al menos haber leído el capítulo II, parte 2, “La aristocracia del pillaje”.
En él, la autora nos presenta la riqueza como la capacidad del hombre de pensar y el dinero como su instrumento. Pero también nos advierte con la siguiente reflexión:
“Cuando adviertes que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; (…) entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada”.
Admito que los cantos de sirena del marxismo populista embelesan a los jóvenes, y yo no fui la excepción. Beber de las revistas cubanas Bohemia y Verde Oliva, Le Monde Diplomatique y sin el debido contrapeso libertario fue difícil. Por suerte, pude beber posteriormente de otras fuentes, y hoy comparto lo que anota aquella famosa frase atribuida a Churchill:
“Quien no es de izquierda de joven no tiene corazón. Quien no es de derecha de adulto no tiene cerebro”.
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