Opinión

Nada es gratis

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RESUMEN

Una de las ideas más extendidas entre las personas es que la salud o la educación públicas son gratuitas, de hecho, se afirma que la educación pública es “gratuita y obligatoria.” No obstante, tales servicios y otros más no son gratuitos, alguien los paga de una u otra manera.

“En pleno Siglo XXI y todavía hay quien  cree que…”, es una expresión que usamos para resaltar que haya quien todavía crea en ideas que consideramos absurdas en la actualidad o mejor dicho, que ya debieron haber sido superadas.  Uso esta frase como introducción a este artículo tomándome el atrevimiento de completarla con algo que encontramos aún hoy con frecuencia:

“En pleno Siglo XXI y todavía hay quien cree que los servicios públicos son gratis.”

La mayoría hemos asistido a la educación pública, visitado centros de salud del Seguro Social e incluso, quizás hemos tenido la necesidad de llamar a la policía para poner una denuncia.  En todas esas ocasiones recibimos un servicio y a cambio, no nos cobraron nada.

Todos esos servicios, que en el  momento de recibirlos parecen gratuitos, de alguna forma ya fueron pagados y es más, se pagan todos los días y entre todos los mantenemos.

El mecanismo por excelencia por el que pagamos por los servicios públicos son los impuestos y a través de ellos, el Estado cubre el costo de los servicios que brinda.  Se generan impuestos en muchas ocasiones y de diferentes formas:

  • Cuando una empresa declara sus ganancias (impuesto sobre la renta de personas jurídicas).
  • Cuando una persona declara sus ingresos (impuesto sobre la renta de personas físicas).
  • Cuando nos cobran un porcentaje extra al final de cada factura que pagamos (impuesto al valor agregado).
  • Cuando compramos una propiedad o un carro (impuestos sobre el traspaso de bienes muebles e inmuebles).
  • Cuando se importan productos en el exterior (impuestos arancelarios).
  • Cuando cada año debe pagarse por una propiedad (impuestos sobre bienes inmuebles).
  • Cuando … .En fin, hay muchísimos más “cuandos”.

En general, podemos decir que todo aquello que sea susceptible de ser gravado, puede o si no lo es aún, podrá caber dentro del alcance de algún impuesto.  Son tan omnipresentes los impuestos, que se nos presentan en formas que podríamos no percibirlos como tales.  Un ejemplo de esto son las cargas sociales, las cuales no son más que pagos obligatorios repartidos entre empresas y trabajadores que suelen destinarse para financiar programas de seguridad social, atención médica y las pensiones y que más allá de instituciones, sus autonomías o las regulaciones, las cargas sociales no son más que otro impuesto, en este caso, sobre el salario.

La existencia o inexistencia de determinados impuestos, el porcentaje a gravar, el esquema tributario y cualquier aspecto de la política fiscal estará sujeta al tamaño del sector público y a la orientación ideológica del gobierno de turno.

Lo que tienen en común todos los impuestos es que se traducen en pagos obligatorios que hacen las personas y las empresas.  El mismo término “impuesto” nos indica que son obligatorios y por su naturaleza, al no ser voluntarios,  el no pagarlos puede exponer a una persona o a una empresa a multas o a penas de cárcel.  La obligación de pago, forzada por la amenaza de sufrir un castigo en caso de no hacerlo, nos demuestra un carácter de coacción necesaria para que las personas y empresas los cancelen en tiempo y forma.  Esa necesidad de ejercer coacción, forzando a que otros hagan lo que libremente no harían, provoca que algunos afirmen, quizá con razón, que los impuestos son un robo legalizado.

Cuando los impuestos no son suficientes para sufragar el gasto que asume el Estado para proveer y mantener los servicios públicos, lo cual sucede muy a menudo por no decir siempre, se echa mano del endeudamiento.  En este caso, el Estado solicita préstamos a entidades que le puedan facilitar ese dinero.  Todos hemos oído los nombres del FMI, Banco Mundial o el BCIE, ya que estas entidades están diseñadas para prestar dinero a los países o más específicamente, a sus gobiernos.

Hay que señalar que también se le puede pedir préstamos a otros países directamente.  En los años setenta, por ejemplo, se le pidió un préstamo a la entonces República Federal de Alemania para impulsar una política educativa, la cual, quizá no le sorprenda el hecho, nunca se ejecutó (la política, ya que los fondos sí se recibieron y se asumió la deuda).  Entre otros muchos casos,  también se le ha llegado a pedir dinero prestado a China.

Igual como le sucede  a una persona que no administra bien sus gastos, dado que el endeudamiento es básicamente obtener dinero fácil y rápido, se suele caer en la irresponsabilidad de abusar de este mecanismo, a la vez que la posibilidad de recibir dinero por esta vía, retrasa la decisión de subir impuestos para aumentar los ingresos del Estado.  Dado que es menos impopular endeudar al país que subir impuestos, se prefiere recurrir al endeudamiento, siempre que haya alguien dispuesto a prestar el dinero.  El financiamiento por deuda, al igual que los impuestos, tiene un costo que recae sobre todos a excepción de los políticos, pero a futuro, se tendrán que pagar más impuestos para hacerle frente a las obligaciones adquiridas (pagar por lo prestado y sus intereses).  

Respecto al endeudamiento entonces, le recomiendo memorizar esta frase: 

El aumento de impuestos que no paga hoy, lo pagará mañana.

Más allá de los impuestos, también hay otras formas por las cuales el Estado obtiene ingresos para sufragar el gasto de los servicios públicos.  Ejemplos de formas alternativas son las siguientes:

  • Aprovechando las utilidades de las empresas estatales, si es que las generan ya que de lo contrario, sus pérdidas se convierten en otro gasto por cubrir.
  • Ir a la guerra contra otro Estado, vencerle, conquistarle, saquear sus reservas monetarias, recursos y hacerle pagar costes de ocupación y reparaciones de guerra (si pierden la guerra pues todo sería al revés)
  • Lo que hacen los países árabes, Noruega y Singapur por medio de fondos soberanos de inversión los cuales adquieren acciones de empresas que cotizan en bolsa, obteniendo así parte de las ganancias de esas empresas y como los casos anteriores, también se asume un riesgo.

Es gracias a todos estos mecanismos que el Estado puede proveer educación y salud, estos servicios que algunos consideran “gratuitos”.  Es también por medio de ellos que se pueden hacer otras cosas que no he mencionado, tales como la construcción y mantenimiento de obra pública, la compra de equipos e insumos de diversas índoles y el otorgamiento de subsidios y ayudas estatales.  

Todo eso, más allá de la ilusión de la gratuidad,  lo pagamos todos y en consecuencia, el coste recae sobre cada ciudadano de una u otra forma.  Nada es gratis, los servicios públicos y en general todo el gasto público se paga a través de impuestos, endeudamiento y lo que aporten las empresas estatales y en todos estos rubros, el que pone el dinero es el ciudadano, el mal llamado contribuyente.

Entender que nada de lo que da el Estado es gratis nos permite plantearnos las siguientes preguntas:

¿Cuánto nos cuesta mantener al Estado? ¿Recibimos un servicio que justifique lo que pagamos al Estado? ¿Debe mi dinero destinarse a sufragar determinados gastos? ¿Hay que reformar el Estado? ¿Es eficiente el gasto público?

Entender esto debería empujarnos a hacer algunas cosas:

  1. Exigirle al Estado que cumpla con sus funciones y provea servicios públicos de calidad, acorde a lo que se paga en impuestos y lo que se pagará por el endeudamiento.
  2. Exigirle al Estado que elimine los gastos totalmente innecesarios a través de la eliminación de burocracia, privilegios y programas innecesarios.
  3. Demandar al Estado por publicidad engañosa cada vez que diga que la educación o la salud son gratis.

La imagen de lo “gratis” nos llevaría quizás a no exigir, acorde con el refrán;  “A caballo regalado no se le mira el diente”.  Recordemos con lo que iniciamos el artículo; que estamos en pleno Siglo XXI y ya deberíamos tener claro a esta altura, que todos estos caballos no son regalados.   


Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no representan necesariamente la postura oficial de Primera Línea. Nuestro medio se caracteriza por ser independiente y valorar las diversas perspectivas, fomentando la pluralidad de ideas entre nuestros lectores.

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