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Política

El dedo en la llaga:  insuficiente desarrollo económico y el retroceso social de Costa Rica

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RESUMEN

El sector más dinámico de la economía de Costa Rica es el que representan las empresas de alta tecnología, mano de obra calificada y fuerte inversión extranjera, básicamente cubierto bajo el Régimen de Zonas Francas. El resto de la actividad económica, por fuera de ese régimen fiscal y donde se genera la mayor parte de la producción nacional, está marcado por el estancamiento, la informalidad y problemas que a futuro, afectarán las ventajas competitivas en las que se apoya la actividad de Zonas Francas.

Si se ha mantenido atento al acontecer político de Costa Rica, se habrá dado cuenta que la última Encuesta del Consumidor de la Escuela de Estadística de la UCR indica que la población no está satisfecha con la política económica del Gobierno. Aunque el populismo pueda tocar fibras sensibles de los costarricenses mediante discursos revanchistas contra las élites económicas y políticas que por años le han fallado a la ciudadanía, no logra ocultar algo que a los ticos nos viene doliendo desde hace unos 15 años: el bolsillo. Desde la crisis de 2008, en el país se han ido deteriorando de forma acelerada las condiciones para ganarse la vida. El costo de producir está inevitablemente ligado a la necesidad de recursos del Estado para funcionar, así como a la calidad de los servicios que este suple.

Ese dolor no ha hecho más que empeorar.  Desde antes de la Pandemia, Costa Rica contaba con cifras preocupantes en materia de empleo y formalidad. No en vano durante la presidencia de Carlos Alvarado se hicieron más anuncios de reactivación económica que conferencias de prensa de lo definido en el Consejo de Gobierno. La situación en Pandemia hizo más profunda y dramática esa herida. Hemos cambiado de administración, han cambiado los discursos y las prioridades. Pero nos sigue doliendo el bolsillo ¿por qué?

La respuesta es más sencilla de lo que cualquier economista podría argumentar: nadie ha querido poner el dedo en la llaga. Para entender esto hay que tener claro cómo funciona eso de formalizarse y qué significa. Básicamente si usted quiere poner un negocio tiene que hacer dos cosas esenciales: inscribirse en Hacienda y en la CCSS. Después, dependiendo de las particularidades de su actividad, habrá más o menos pasos, pero esos dos son los que cualquier mortal que quiera ejercer su actividad económica “en regla” debe cumplir.

Hablemos de Hacienda, y más que de Hacienda, de los impuestos y del sistema tributario. En Costa Rica existen, por así decirlo, dos realidades: aquella de las empresas/personas que desarrollan su actividad desde y para el mercado nacional, es decir el régimen definitivo; y los que la desarrollan acá pero su objetivo es la exportación. Este último sector tiene el famosísimo Régimen de Zonas Francas, que es uno de los regímenes existentes en la legislación aduanera al que se acogen empresas exportadoras.

El sistema tributario

Probablemente usted haya escuchado que el Régimen de Zonas Francas (RZF) genera empleo bien remunerado y es el principal motor de atracción de inversión extranjera directa. Si bien eso es completamente cierto, debemos tener claro de qué se trata.  El RZF es el que utilizan las empresas, generalmente transnacionales, para producir bienes y servicios que posteriormente saldrán del país, ya sea para ser vendidas en el mercado o para seguir otros procesos productivos. Tal es el caso de los dispositivos médicos que se fabrican en el país y que son nuestro principal producto de exportación.

¿Cuál es el problema con este régimen?  Hay quienes  no consideran que tenga problema alguno, pero también hay otros que le ven grandes desventajas.  El Régimen de Zonas Francas exonera del pago de algunos impuestos y brinda condiciones especiales a las empresas que se acogen a él.  Aquellos que ven en esto un problema, entienden que son son empresas que no están aportando a las finanzas del Estado, al menos vía impuesto sobre la renta o utilidades. Otros obvian este tema, ya que bajo el régimen se atraen empresas que generan empleo y aportan a la seguridad social. Se tiene comprobado que bajo el RZF, por cada dólar que el país exonera a estas empresas, estas producen 6 dólares en retribución vía empleo y otro tipo de inversión en el país. Si usted es más “liberal” dirá que eso es positivo porque es empleo que no tendríamos sin esas condiciones, mientras que si usted es más “de izquierda” considerará eso injusto porque las compañías no contribuyen como sí lo hacen otras empresas fuera de ese régimen y que el país necesita recursos para invertir y desarrollarse.

Lo gracioso de todo esto es que en ambos casos hay algo de razón. Sin este régimen el país difícilmente podría generar tanto empleo calificado, generar exportaciones de alto valor agregado e ingresar divisas por esas actividades. Por otra parte, también es cierto que la carga del Estado no se reparte de forma equitativa, ya que  las empresas que no se acogen a ese régimen cargan con todo el peso de la inversión y gasto público. Estas últimas son la mayoría de empresas (alrededor de un 90%), las cuales dedican su producción al mercado local total o parcialmente, y porque para aplicar al régimen de zona franca se debe realizar una inversión mínima bastante alta.

Más allá del amparo del Régimen de Zonas Francas, donde habitan el resto de los mortales, todo se rige bajo un sistema tributario complejo y confiscatorio. Cuando se analiza la carga tributaria de este país, muchas personas se quedan en los impuestos que gravan la renta pero existe una variedad enorme de cargas fiscales y parafiscales. En renta, con datos del 2018, Costa Rica tenía la tasa de impuesto corporativo más alta de la OCDE; actualmente se paga un 30% de impuesto a las utilidades y un 15% adicional en caso de que se distribuyan los dividendos. A esto se debe sumar que los empleadores pagaban en contribuciones a la seguridad social alrededor de un 26,33% de los ingresos brutos, cuando el promedio de la OCDE es alrededor de 27,2% en total. Al aporte de las empresas hay que sumarle un 9,34% por el empleado y el 0,82% por el gobierno. Esto se traduce en un 36,5% en el total de los aportes, lo que se traduce, según la OCDE, en un obstáculo para la formalización.

La seguridad social

La otra llaga recae en los procesos de inscripción ante la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS). Toda persona, física o jurídica, debe inscribirse ante esta institución para operar, ya sea como patrono o como trabajador independiente. Este proceso no está exento de complicaciones, tanto por los costos que representa como por la complejidad del sistema de seguridad social.   

Por ejemplo, los cálculos realizados para determinar los montos de contribución social que deben realizar los patronos y trabajadores independientes se hacen con una base de cálculo incierta como lo es la Base Mínima Contributiva (BMC). La BMC es un monto mínimo establecido por la CCSS para el cálculo de los aportes de los patronos y trabajadores independientes. En primera instancia, un patrono o trabajador independiente debe reportar sus ingresos para dicho cálculo, no obstante, si el monto reportado es menor a la BMC, el cálculo se hará sobre el monto de la BMC definida por la CCSS. 

Este tipo de procedimientos constituyen barreras perversas para la formalización, pues las personas que quedan excluidas son las que menores ingresos generan por su actividad económica.  Esto va en contra de los propios intereses de la institución, ya que mediante el aporte de trabajadores y patronos se sostiene el modelo de seguridad social. La lógica de un modelo como este no debería ser la de ahuyentar a las personas, no obstante, esa es la norma. Actualmente, una persona que haya contraído una deuda con la institución por deudas por servicios médicos, no puede formalizar una actividad económica hasta cancelar dicha deuda. Y si una persona ha tenido actividad económica previo a la formalización ante la CCSS, esta puede realizar un estimado de las rentas no reportadas, por lo que la persona al registrarse, inicia su actividad económica formal con una deuda aunque no haya utilizado los servicios de la institución. En un país como Costa Rica donde la mitad de la población económicamente activa se encuentra en la informalidad y, por ende, en caso de enfermedad debe acudir al sistema de salud sin contar con seguro médico, no tiene sentido penalizar a las personas con el impedimento de formalizar sus actividades económicas. Como agravante, esas deudas pueden permanecer vigentes hasta por diez años, lo que se traduce en que una persona durante una década quedará excluida de la seguridad social, la salud pública y los mercados formales.

Si nos adentramos en los problemas de la CCSS, evidentemente vamos a encontrar aspectos que suman a la problemática del desarrollo económico y social del país, pero lo hacen de forma indirecta. Por ejemplo, la ausencia de claridad en cuanto a los costos de atención a los usuarios por falta de una  contabilidad de costos con criterios actuariales, genera incertidumbre sobre la situación financiera de la institución y eso, de una u otra forma, incide en los costos de la seguridad social. Otro ejemplo es la complejidad para que las personas usuarias hagan uso de los servicios; una atención médica deficiente obliga a las personas a recurrir a servicios privados e incurrir en costos extras.

Pérdida de competitividad

Lo complicado que es formalizarse se une a las falencias que tiene el país en materia de competitividad. Costa Rica, desde la década de 1990, optó por una agresiva estrategia de atracción de inversiones con un alto componente de valor agregado, aspecto que demanda mano de obra calificada y condiciones óptimas para el desarrollo de industrias de alta tecnología. Estas industrias, dada su alta generación de valor agregado y su demanda de mano de obra calificada, pueden afrontar los altos costos que supone el tema de las cargas sociales, debido a las bondades del régimen de zona franca. En contraposición, aquellas industrias dedicadas a la producción para el mercado local y demandantes de mano de obra poco calificada, se enfrentan al escenario del régimen definitivo.

El tema con esto es que no somos un país barato para las industrias de mano de obra poco calificada y no hemos hecho la tarea para que más personas puedan incorporarse a las industrias de alta tecnología. De hecho, el Estado de la Educación señala tantas deficiencias en nuestro sistema educativo que es totalmente realista pensar que la “gallina de los huevos de oro” que sostiene el crecimiento económico del país, pueda dejar de estar ahí debido a la falta de personal calificado y que demos retrocesos en la que fue una de las ventajas comparativas.

En términos generales, el país atraviesa un retroceso. En amplios sectores y temas, estamos peor que hace una década, lo cual constata el último Informe del Estado de la Nación. La situación fiscal también resta competitividad al país, pues no sólo se reducen los recursos destinados a inversión social e infraestructura, sino que los mecanismos de inversión en estos rubros son deficientes y no se toman medidas para que lo invertido rinda frutos. Esta situación sólo empeora si se le reducen los recursos. En términos sencillos, a un carro viejo se le está quitando combustible.

Formalizar la economía: primer paso para ver la luz

Para poder salir de este pozo en el que se encuentra el país, es trascendental formalizar a la fuerza laboral. Esto no es posible mediante un enfoque amenazante, sino que es necesario que la Junta Directiva de la CCSS entienda que la institución urge de atraer a las personas y mejorar las condiciones para la inscripción de trabajadores independientes y patronos. El Poder Ejecutivo tiene influencia en ese tema, ya que tiene tres representantes en la Junta Directiva y nombra a la Presidencia Ejecutiva. ¿Qué espera para gestionar acciones en esa dirección?

Por otro lado, el país necesita tener discusiones de altura sobre el modelo tributario de Costa Rica. Somos un país dependiente de la inversión extranjera y es necesario generar políticas públicas para fortalecer los incentivos competitivos para su atracción, pero es evidente que del otro lado de la ecuación es necesario tomar decisiones para aliviar las condiciones de la economía local. Para reducir la carga fiscal a este sector, es necesario optimizar el gasto público y lograr una reducción que responda a eficiencia y no a recortes sin meditación, que terminan impactando negativamente en la sociedad y agravando el retroceso social. En la Asamblea Legislativa se discuten proyectos sobre la estructura del impuesto de renta, la territorialidad de este, así como reformas en el Código de Normas y Procedimientos Tributarios para tratar temas como la prescripción de deudas. No obstante, conviene tener una discusión amplia sobre el futuro del modelo de Zona Franca y estandarizar el sistema tributario, manteniendo atractivo al país para la inversión extranjera y la inversión local.


Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no representan necesariamente la postura oficial de Primera Línea. Nuestro medio se caracteriza por ser independiente y valorar las diversas perspectivas, fomentando la pluralidad de ideas entre nuestros lectores.

Guanacasteco. Politólogo y profesional de comercio exterior y aduanas. Graduado de la Universidad de Costa Rica. Asesor político en procesos de construcción de política pública.

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Política

No más regímenes de excepción disfrazados de justicia

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RESUMEN

Desde hace años en Costa Rica se ha identificado como un problema fiscal y de inequidad la existencia de regímenes que permiten las llamadas “pensiones de lujo”. Sin embargo, pese a ese contexto y al desafío que representa la inseguridad para el país, la Asamblea Legislativa —motivada por el Poder Judicial y amparada en un estudio actuarial interno— aprobó ajustes al régimen de pensiones del OIJ. Una decisión que va a contravía del contexto fiscal y de las lecciones que, se supone, ya habíamos aprendido.


En Costa Rica, llevamos años lidiando con las consecuencias de decisiones legislativas que, bajo la bandera de la justicia, han terminado siendo fuente de inequidad fiscal y desbalance institucional. Las llamadas “pensiones de lujo” son el mejor ejemplo de ello: regímenes de retiro privilegiados, construidos sobre bases insostenibles, y muchas veces otorgados a personas que no aportaron proporcionalmente al sistema. 

El país ha venido cuestionando –con razón– estos beneficios excepcionales que comprometen el presupuesto público y minan la confianza ciudadana.

Sin embargo, a pesar de esa experiencia amarga y del clamor constante por reformas estructurales, la Asamblea Legislativa acaba de aprobar el expediente 22.817, una iniciativa que, aunque bien intencionada, reincide en el mismo vicio: la creación de un régimen jubilatorio especial para un grupo reducido de funcionarios del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), específicamente para aquellos que portan armas o están adscritos a la sección de cárceles. 

Les establece las siguientes condiciones: un 82% del salario promedio de los últimos 240 meses, con ajustes por inflación, y con posibilidad de retiro a los 55 años si se cumplen 30 años de servicio o, en su defecto, una fórmula proporcional si el servidor tiene al menos 20 años en el Poder Judicial.

Esta ley no debió haberse aprobado y usted, señor Presidente, debe vetarla.

No porque ignoremos la importancia de la labor que realiza el personal del OIJ. No porque neguemos que trabajar en condiciones de alto riesgo debe tener un reconocimiento. Lo hacemos porque no es así como se construyen sistemas previsionales justos, sostenibles ni equitativos. Lo hacemos porque esta ley, en el fondo, reproduce la lógica de los regímenes de excepción que ya tanto daño le han hecho al país.

¿Por qué un régimen especial para el OIJ y no para la Fuerza Pública?

El argumento central para justificar esta ley es el riesgo. Pero ¿acaso no enfrentan iguales o mayores riesgos los oficiales de la Fuerza Pública que patrullan zonas dominadas por el crimen organizado, sin chalecos antibalas certificados y con salarios aún más bajos? ¿Dónde queda la equidad interinstitucional? ¿Dónde queda la lógica de un Estado que trata igual a quienes enfrentan realidades similares?

Conceder un trato excepcional a un solo grupo dentro del aparato de seguridad del Estado, sin una política integral ni un análisis actuarial objetivo del impacto fiscal, es políticamente miope y socialmente injusto. Esta no es una solución estructural. Es un privilegio.

Una decisión con efectos presupuestarios profundos

El país atraviesa un período en el que cada colón cuenta. Hemos estado luchando por contener el crecimiento del gasto, controlar el déficit y cumplir con las metas fiscales que nos impusimos para recuperar nuestra credibilidad internacional. 

Entonces, ¿cómo justifica la Asamblea Legislativa crear un régimen que inevitablemente implicará una mayor carga sobre el presupuesto del Poder Judicial, y por ende, del Estado costarricense?

En lugar de discutir cómo mejorar las condiciones laborales de todos los cuerpos policiales del país, o cómo fortalecer el régimen general de pensiones, optamos por abrir una vez más la puerta a los beneficios especiales. Lo que se necesita es una visión integral, no parches sectoriales que agravan la fragmentación del sistema previsional.

Lecciones no aprendidas: el espejo de las pensiones de lujo

La historia reciente nos ha demostrado que estas decisiones tienen consecuencias. Las pensiones de lujo se justificaron alguna vez con argumentos similares: mérito, riesgo, entrega. Pero su diseño terminó beneficiando a pocos a costa de muchos, generando un resentimiento social que aún hoy envenena la discusión pública. ¿Vamos a repetir el error?

La sostenibilidad de un régimen de pensiones no depende únicamente del carácter honorable de los beneficiarios. Depende de su proporcionalidad, de su financiamiento y de su coherencia con los principios del sistema general. Lo contrario es crear castas previsionales, lo cual es incompatible con una república moderna.

La responsabilidad del Poder Ejecutivo: no ceder ante lo simbólico

Entiendo que vetar esta ley tiene un costo político. Que puede ser leído como una falta de apoyo a quienes arriesgan su vida en defensa del país. Pero gobernar es tener el valor de decir que no. El respeto por la institucionalidad y la igualdad ante la ley debe ser más fuerte que cualquier narrativa emocional.

No se trata de cerrar los ojos ante la realidad de quienes sirven con riesgo, se trata de hacer las cosas bien. Si el país considera justo establecer condiciones especiales para ciertos funcionarios por la naturaleza de su labor, debe hacerlo en el marco de una política pública general e integral.

Legislar en parches ha producido un país lleno de remiendos donde la cobija ya no da para todos.


Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no representan necesariamente la postura oficial de Primera Línea. Nuestro medio se caracteriza por ser independiente y valorar las diversas perspectivas, fomentando la pluralidad de ideas entre nuestros lectores.

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Política

Economía colaborativa: romper cadenas o quedar atrás

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La economía colaborativa no es una moda, es un cambio de era. Resistirse a ella por proteger modelos obsoletos solo posterga lo inevitable: la necesidad de adaptar nuestras leyes, nuestras instituciones y nuestras mentalidades a una realidad donde la tecnología y la voluntad ciudadana ya tomaron la delantera.


El día de ayer escribí en mis redes sociales la siguiente reflexión: 

“Algunos empresarios y sectores siguen anclados en una visión del país que ya no existe, ignorando que hoy la gente exige algo distinto. Y si un negocio necesita un gobierno ‘amigo’ para ser rentable, tal vez nunca fue un buen negocio desde el principio.”

Esa reflexión la escribí a propósito, pensando en cómo el sector de transportes —principalmente los taxistas— ha rechazado los proyectos de ley que pretenden regularizar las plataformas de transporte colaborativo, y cómo el sector político tradicional, principalmente el Partido Liberación Nacional, se ha enfocado en proteger intereses sectoriales en lugar de pensar en la gente.

Esta resistencia no es casual ni menor; responde a un modelo económico arraigado en la protección estatal, en monopolios naturales o concesiones cerradas. Precisamente, esta visión limitada ha sido puesta en entredicho por la irrupción de plataformas tecnológicas como Uber, que representan una economía colaborativa más ágil, eficiente y alineada con las demandas reales de los usuarios actuales.

Un intento por equilibrar el terreno

El proyecto de ley “Transporte Remunerado No Colectivo de Personas y Plataformas Digitales” (expediente Nº 23.736), actualmente en discusión en la Asamblea Legislativa, no es perfecto, pero busca reconocer esta nueva realidad. La ley pretende ofrecer un marco regulatorio más equilibrado, reconociendo al transporte por plataformas como un servicio económico de interés general, sujeto a regulaciones mínimas, pero necesarias, para garantizar seguridad vial, protección de datos personales y competencia efectiva, libre y justa.

La resistencia que enfrentan estas plataformas por parte del sector tradicional de transporte quedó claramente expuesta durante una sesión reciente ante la Comisión de Gobierno y Administración. Allí, Representantes de Canatrans manifestaron preocupaciones válidas, como la necesidad de un régimen sancionatorio robusto y la protección del transporte público colectivo. Sin embargo, también expresaron temores que reflejan más una defensa de un modelo basado en la exclusividad y el amparo estatal, que una genuina preocupación por la competencia leal o el bienestar del usuario.

Este temor se evidencia cuando representantes del sector tradicional expresan que cualquier modificación legislativa podría afectar gravemente la “integralidad” del sistema de transporte público, sugiriendo que la competencia sería perjudicial. Pero, ¿es realmente así? Según un estudio de la Cámara de Comercio de Costa Rica, más del 75% de la población considera necesaria una regulación para estas plataformas, precisamente para superar la inseguridad jurídica que afecta tanto a usuarios como a conductores.

No se trata de proteger negocios, sino de responder a la realidad

Este proyecto de ley busca no solo legalizar una actividad que ya existe y cuenta con amplio respaldo, sino también asegurar igualdad de condiciones competitivas. La regulación propuesta es proporcional y razonable: busca garantizar seguridad, proteger derechos y fomentar un mercado más dinámico.

La resistencia política y sectorial a este cambio refleja una incapacidad para reconocer y adaptarse a los nuevos paradigmas tecnológicos y económicos. Plataformas como Uber ya forman parte del ecosistema económico y social del país. Pretender ignorarlo o enfrentarlo con herramientas restrictivas no solo es inútil, sino contraproducente.

La regulación estatal debe reflejar la voluntad popular, expresada en el uso masivo de estas plataformas, garantizando seguridad jurídica y social, sin caer en la sobre regulación ni en la protección de sectores que resisten el cambio por interés propio.

Finalmente, la tarea del Estado es clara: ofrecer una regulación ágil, transparente y efectiva que permita la convivencia entre plataformas digitales y servicios tradicionales. 

La verdadera función de la política pública no debe ser proteger negocios específicos, sino fomentar un entorno competitivo que beneficie a los consumidores y estimule la innovación. En este contexto, las plataformas digitales no son el problema; sino parte de la solución.

Es hora de avanzar hacia un modelo económico más dinámico y abierto, reconociendo y regulando adecuadamente las plataformas colaborativas como Uber, y dejando atrás prácticas que solo benefician a unos pocos en detrimento del interés general. 

La innovación no espera, y los ciudadanos tampoco.


Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no representan necesariamente la postura oficial de Primera Línea. Nuestro medio se caracteriza por ser independiente y valorar las diversas perspectivas, fomentando la pluralidad de ideas entre nuestros lectores.

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Política

Un nuevo pacto educativo y fiscal para Costa Rica

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RESUMEN

Blindar el gasto sin considerar la realidad fiscal pone en riesgo otras prioridades. La educación sostenible requiere flexibilidad, eficiencia y rendición de cuentas, no porcentajes inamovibles. Modernizar no es retroceder, es garantizar el futuro.


En Costa Rica, la educación pública goza de una protección constitucional excepcional: desde 2011, un grupo de legisladores irresponsables aprobó una reforma al artículo 78 de la Constitución, ordenando destinar al menos un 8 % del Producto Interno Bruto (PIB) a la educación. Reforma que, como he dicho en varios foros, nadie (en verdad, nadie) puede justificar técnicamente. Adicionalmente, el artículo 85 garantiza el financiamiento a las universidades estatales mediante un Fondo Especial para la Educación Superior (FEES).

Hoy enfrentamos la tensión entre esos ideales constitucionales y la dura realidad fiscal. Las finanzas públicas están siempre bajo presión, con un endeudamiento que pasó del 12 % del PIB en 2008 a cerca del 69 % en 2021, y que se ha reducido —gracias a la disciplina fiscal del gobierno de turno— a menos de un 60 %. Los déficits persistentes obligaron a aplicar medidas de austeridad y una regla fiscal que limita el crecimiento del gasto

En este panorama, ¿cómo sostener la promesa del 8 % del PIB para educación?

Los defensores de este porcentaje afirman que recortar la inversión educativa compromete el desarrollo a largo plazo y agrava las desigualdades. Costa Rica ha usado la educación para reducir la pobreza y mejorar la movilidad social. La academia advierte que reducir el gasto perjudicará a los niños más pobres. Organismos como la UNESCO abogan por aumentar la inversión para mitigar las pérdidas de aprendizaje y mejorar la infraestructura escolar. En resumen, el sector educativo sostiene que cumplir con el 8 % es crucial para una educación equitativa y de calidad, y que incumplirlo viola derechos fundamentales.

Por el contrario, quienes discrepan destacan la necesidad de realismo fiscal y eficiencia. Un mandato inflexible del 8 % no toma en cuenta cambios demográficos ni la realidad económica. Costa Rica tiene una baja natalidad y una población que envejece rápidamente; la matrícula podría estancarse o disminuir, mientras que necesidades como salud, pensiones y cuido de adultos mayores aumentan.

Ambos bandos coinciden en que la educación es una prioridad, pero discrepan en cómo y cuánto financiar. ¿Debe fijarse un porcentaje en la Constitución o aplicar un enfoque más flexible? La discusión también abarca la eficiencia del gasto educativo. Existe la percepción de que el sistema debe rendir cuentas. Hoy enfrenta retos cualitativos que requieren inversión focalizada: recuperar aprendizajes perdidos, modernizar metodologías, incorporar tecnología y fortalecer la formación técnica y vocacional. Costa Rica necesita más técnicos, ingenieros y profesionales en tecnologías de la información y turismo para impulsar el crecimiento.

Esta coyuntura plantea la necesidad de actualizar el marco constitucional. Hoy el contexto es distinto. Seguir con el esquema inflexible actual puede llevar a dos caminos indeseables: o el Gobierno incumple el mandato del 8 %, acumulando problemas legales y retrasos, o se ve obligado a recortar en otras áreas cruciales para cumplirlo

Prueba de ello fue la reciente sentencia de la Sala Constitucional, que en enero de 2025 declaró inconstitucional el presupuesto por omitir el 8 %, señalando que tal omisión “constituye una violación” del artículo 78. Los magistrados advirtieron que esto “afecta directamente” el derecho a la educación y “pone en riesgo” la calidad y accesibilidad del sistema educativo, así como las oportunidades de desarrollo de generaciones presentes y futuras.

Este pronunciamiento unánime refuerza la importancia del tema, pero también evidencia el choque entre un texto constitucional rígido, el desconocimiento financiero y de la realidad educativa de los magistrados, y una escena fiscal apremiante.

¿Cómo resolver este impasse de forma responsable? 


Propongo dos reformas constitucionales a los artículos 78 y 85 que concilien la prioridad educativa con la sostenibilidad fiscal. Lejos de ser un retroceso, serían una evolución del pacto social, adaptadas a las condiciones actuales para proteger tanto la educación como la estabilidad económica.

La reforma al artículo 78 mantendría la prioridad presupuestaria, pero sustituiría el umbral fijo del 8 % por una regla de crecimiento sostenido y realista. El nuevo texto diría que:

“El Estado garantizará una asignación presupuestaria prioritaria para la educación pública que nunca será menor, en términos porcentuales, a la del año anterior, procurando que el financiamiento sea proporcional a las capacidades fiscales y a las necesidades del sistema educativo, según lo determine la ley”.

Por su parte, la reforma al artículo 85 modernizaría el financiamiento de las universidades públicas. Actualmente, el FEES se incrementa casi automáticamente, sin espacio para ajustarse al desempeño o prioridades nacionales. El nuevo texto establece que:

“La asignación a universidades estatales se realizará conforme a las posibilidades fiscales y prioridades nacionales, con el objetivo de promover una educación superior pública de calidad. La distribución de recursos será eficiente y transparente, según lo establezca la ley”.

Esta redacción conserva el compromiso estatal con la universidad pública, pero introduce palabras clave antes ausentes: posibilidades fiscales, prioridades nacionales, eficiencia y transparencia

En términos prácticos, significaría que el financiamiento universitario ya no estaría blindado sin importar la coyuntura económica. Por el contrario, tendría que adecuarse a lo que las finanzas públicas puedan sostener. También obligaría a las universidades a responder a necesidades nacionales: formar el talento requerido, mejorar calidad docente, regionalizar la oferta, impulsar investigación útil. Y sobre todo: gestionar con eficiencia y transparencia

La reforma mantendría el financiamiento, pero atado a resultados y rendición de cuentas, algo que la sociedad exige desde hace años.

Actualmente, la Constitución prohíbe disminuir las rentas del FEES sin sustituirlas por otras equivalentes, otorgando a las universidades una protección financiera excepcional. La reforma mantendría la financiación, pero atada a resultados y escrutinio. Esto podría implicar, en la práctica, reformas legales posteriores para crear mecanismos de evaluación del desempeño universitario, de racionalización del gasto administrativo y de rendición de cuentas sobre el uso de fondos públicos en la educación superior.

Es de esperar que estas propuestas de reforma generen reacciones encontradas. El sector educativo público —universidades, sindicatos de docentes y de empleados universitarios, federaciones estudiantiles— seguramente manifestará preocupación e incluso rechazo frontal a cualquier cambio. En el imaginario de muchos educadores, tocar el artículo 78 es abrir la puerta a un desfinanciamiento crónico de la educación.

Sin embargo, es vital entender que reformar no es desmontar. Aquí el liderazgo político debe ser claro y firme. El objetivo no es rebajar la importancia de la educación, sino hacerla sostenible. Desde una perspectiva de responsabilidad intergeneracional, no podemos heredar un Estado quebrado ni hipotecar el futuro de nuestros hijos con deudas impagables. Pero tampoco podemos escatimar en su educación. Ambas responsabilidades deben equilibrarse.

Ajustar el porcentaje constitucional es reconocer que las condiciones de 2025 no son las de 2011 y que, por ende, la legislación debe ajustarse. A las nuevas generaciones les debemos educación y estabilidad: invertir en sus escuelas y también proteger las finanzas públicas que sostienen todo el sistema.

Con reglas más flexibles podríamos proteger el gasto educativo esencial y al mismo tiempo fomentar una cultura de evaluación y eficiencia. La asignación podría vincularse a metas claras: mejorar resultados académicos, aumentar cobertura en zonas vulnerables, cerrar brechas regionales, ofrecer carreras pertinentes. Esto no es viable con el esquema actual, que reduce el debate a un porcentaje fijo sin discutir la calidad del gasto.

Además, el Gobierno y la Asamblea tendrían más margen para responder a crisis emergentes. Si ocurre una nueva pandemia, desastre natural o recesión global, un mandato inflexible obligaría a sacrificar otras áreas. Con la nueva redacción, siempre se podría discutir cómo distribuir los esfuerzos sin violar la Constitución.

Conclusión: eficiencia fiscal con visión de futuro

Hay que decir las cosas como son: no podemos financiar el futuro educativo de nuestros hijos a costa de comprometer su futuro económico. La ruta de la eficiencia fiscal no está reñida con una educación pública robusta; al contrario, puede ser su salvación de largo plazo. Reformar los artículos 78 y 85 sería pasar del dogma al diseño inteligente de políticas públicas. Significa reconocer que las constituciones no deben ser camisas de fuerza, sino herramientas al servicio del bienestar.

Un Estado que ajusta responsablemente sus obligaciones sigue cumpliendo su deber con la educación, pero también se asegura de poder cumplirlo mañana, el año siguiente y dentro de diez años. La alternativa —persistir en la rigidez— ya nos está mostrando sus consecuencias: presupuestos declarados ilegales, gastos sociales rezagados y crecientes conflictos entre poderes de la República. Esa vía solo genera incertidumbre y desgasta la confianza en el mandato constitucional mismo.

En este llamado a la sensatez no estoy abogando por gastar menos en educación per se, sino por gastar mejor y de forma sostenible. Cada generación de costarricenses ha buscado legar a la siguiente un país mejor educado y más próspero. La nuestra no puede ser la excepción. 

Honremos el espíritu de nuestros constituyentes —que quisieron proteger la educación— adaptando la letra a la realidad actual. Hagamos de la educación una prioridad incuestionable, pero también inteligentemente gestionada.

Si lo logramos, las escuelas y universidades seguirán formando a nuestras y a nuestros jóvenes con calidad, y al mismo tiempo habremos resguardado las finanzas públicas que sostienen todo el aparato social.


Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no representan necesariamente la postura oficial de Primera Línea. Nuestro medio se caracteriza por ser independiente y valorar las diversas perspectivas, fomentando la pluralidad de ideas entre nuestros lectores.

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