Opinión

¿Cambio en mentalidad?  Lo que puede representar la elección de Javier Milei para Latinoamérica

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RESUMEN

“Donde existe una necesidad nace un derecho” es una frase emblemática del peronismo en Argentina. “Eso es una perversión” dice Javier Milei, nuevo presidente electo en ese país. Ese giro ideológico puede implicar un cambio de mentalidad en la forma de hacer política en Argentina y quizás, en la región. ¿En qué consiste el cambio?

“Donde existe una necesidad nace un derecho”, es una frase que se atribuye a Eva Perón.  La declaración forma parte de los principios que dice defender el peronismo en Argentina y aparece recurrentemente en proclamas, discursos y hasta grafitis. Javier Milei, nuevo presidente electo de ese país, califica la emblemática frase como “una perversión”.   Exploremos el porqué de esa afirmación.

Javier Milei se define a sí mismo en términos ideológicos, como un anarquista de libre mercado o anarcocapitalista.  Esto significa que cree en la propiedad privada honestamente adquirida de los medios de producción y, por otra parte, que toda persona es dueña de sí misma y de nadie más, por lo que no puede ser esclavizada ni ser víctima de violencia en el tanto sea un individuo pacífico.  Este último principio, el de la libertad que constituye la base del anarquismo, justifica el que se opongan a la existencia del Estado, al considerarlo una institución que se sostiene por el uso de la violencia de forma sistemática.

En la Argentina actual, los estatistas de diversos niveles reclaman que perderán derechos con la llegada de Milei al poder.  Esos derechos son los llamados positivos, que sólo pueden ser aplicados por formas coercibles, es decir, que sólo se hacen efectivos si alguien es obligado a hacer algo o actuar de cierta forma, bajo pena de castigo multa o cárcel.  Obviamente, el anarquismo los considera inmorales, no importa el fin, incluida la caridad.

Para los anarquistas, ninguna acción puede ser moral a menos que sea libremente escogida. La caridad forzada, por tanto, no es caridad.  Lo podemos ver como algo más práctico:  en nuestra vida diaria todos tenemos claro que nadie tiene derecho a forzar al prójimo a que le ayude. Que se nos ocurra ir donde el vecino a pedirle una ayuda, con la condición de que si se niega lo amenazaremos o le quitaremos a la fuerza parte de lo que lleva en la billetera, no lo consideramos como algo moralmente correcto. Pues bien, de la misma forma tampoco tenemos derecho a delegar ese acto de coacción a una institución, en este caso el Estado, para que obligue al prójimo a que le entregue una porción de su trabajo y sustento de forma rutinaria sin su consentimiento.

Sumémosle también, que la realidad dista mucho de ser una transacción directa para obras benéficas, donde más bien el sistema convierte en víctimas involuntarias a las personas realmente necesitadas de caridad, creando un asistencialismo del que difícilmente salen, en un ciclo de dependencia donde el número de pobres no hace más que multiplicarse, mientras que los únicos que progresan son los burócratas y políticos involucrados en esos programas sociales.  Es lógico que los funcionarios se beneficien a de este proceso: no hay un único responsable que podamos identificar con nuestra situación de pobreza, pero la transferencia de dinero con la “ayuda” monetaria sí tiene una firma.

Este ejercicio debería permitirnos destapar el velo de moralidad que usan los que viven del Estado, para perpetrar ese chantaje emocional al ciudadano común para que ceda a sus voluntades.

Por si no fuera suficiente, no podemos olvidarnos de los grupos de presión más modernos, tratando de vestir con diferentes niveles de éxito, sus deseos y caprichos como “necesidades”. Así parece que casi cualquier cosa es un derecho, excepto los derechos naturales inalienables al ser humano, los cuales se infringen regular e impunemente, y con poca denuncia en todo el mundo por los Estados: derecho a la vida, a la libertad, derecho a la propiedad, libertad de expresión, libertad de movimiento, privacidad, libertad de reunión y asociación.

En el caso argentino, se crearon tantos privilegios, dicho de derechos positivos que en la práctica se traducen en subsidios, transferencias directas y redistribuciones de dinero; que generan un déficit fiscal que significa un 150% de inflación y un 50% de pobres. Milei logró canalizar el hartazgo hacia “la casta”, como le llama Javier y sus seguidores, a los que viven a expensas de los demás, para mostrarle a la gente que hay otro camino. Como resultado escogieron a un anarquista sin reservas, nada menos que con el mayor porcentaje de votos a favor en toda la historia democrática de esa nación y superando a su contrincante en las zonas más populares.  El mensaje al que respondieron con sus votos es un claro de cambio de mentalidad; la gente no quiere más limosnas, quiere superarse y prosperar. Lo más trascendente que podría lograr Milei es consolidar ese cambio en mentalidad; el rechazar el vivir a costa de los demás y buscar surgir de forma honesta.

¿Podremos los demás países latinoamericanos ir ajustando nuestro sentido de la moral -los años de adoctrinamiento no son en vano- y reconocer que nadie tiene derecho a reclamar una tajada del sustento de nuestro prójimo? El gran escritor, León Tolstoi, decía que la anarquía será instaurada solo cuando la gente, suficientemente numerosa, tenga vergüenza de aplicar y solicitar el poder coercitivo del Estado. Ojalá estemos acercándonos a eso.


Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no representan necesariamente la postura oficial de Primera Línea. Nuestro medio se caracteriza por ser independiente y valorar las diversas perspectivas, fomentando la pluralidad de ideas entre nuestros lectores.

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