Opinión
El presidente tiene razón
RESUMEN
El poder se concentra cada vez más en el Estado o en las megacorporaciones, debilitando la democracia liberal. Este modelo, aunque utópico, merece ser defendido por su enfoque en la igualdad ante la ley. Sin embargo, las tendencias autoritarias y un liberalismo reducido a un enfoque economicista ponen en riesgo sus principios. Propuestas como una constituyente podrían concentrar el poder, aún más, en lugar de fomentar un diálogo inclusivo.
Días atrás, el presidente Chaves mencionó en un medio de comunicación que “Nuestra Constitución es muy primitiva respecto a las realidades mundiales”. En este punto en particular, tengo que darle la razón al presidente.
Vivir en democracia no es exactamente la norma, y vivir en una democracia plena es evidentemente una excepción que, en mi criterio, lo será cada vez más. De forma acelerada y cada vez más notoria, el mundo avanza en dos vertientes: por un lado, aquellas naciones donde el poder se concentra en el Estado; y por otro, aquellas donde el poder se concentra en las megacorporaciones y los ultrarricos. Básicamente, la China del Partido Comunista y los Estados Unidos de Musk y demás magnates tecnológicos.
En ese sentido, la democracia liberal va camino a convertirse en un proyecto político raro, no normativo. Cuando digo que Chaves tiene razón, lo digo desde un punto de vista geopolítico. Efectivamente, las tendencias mundiales son autoritarias, y hacia eso apuntan figuras como Chaves, Bukele o agrupaciones como MORENA en México.
La democracia liberal nunca ha sido una forma de gobierno realista, sino utópica.
Aspira a una convivencia social que se rige por la racionalidad de los individuos y su capacidad para vivir pacíficamente en sociedad. Como cualquier utopía, no es un destino sino una dirección.
En el camino, hemos ido resolviendo y/o atacando las contradicciones y problemas que supone ir en contra de la realidad material: mediante el Estado de derecho, el comercio e incluso mediante la socialdemocracia, ese punto medio al que Costa Rica se aferró desde mediados del siglo pasado y para el que no encuentra sustituto.
Vivir pacíficamente en sociedad no es natural mientras exista el poder, como ocurre en cualquier grupo de seres vivos. En línea con lo anterior, la democracia liberal elige la forma más compleja de todas para lidiar con eso: una donde se intenta que cada individuo cuente, pese a que cada uno tiene recursos distintos. Igualdad (ante la ley) dentro de la desigualdad (de recursos).
Y yo creo que merece la pena defender esta posición, en tanto cada vida es valiosa por sí misma. Por eso sigo identificándome con los principios liberales, desde un punto de vista filosófico y político.
¿Pero hacia dónde voy con todo esto? Cuando un liberal cree que una constituyente planteada desde la posición de un gobernante que aspira a concentrar poder, como el presidente Chaves, puede ser la ventana de oportunidad para reformar el Estado bajo una lógica liberal, lo menos que uno puede pensar es que es ingenuo, no honesto intelectualmente, o todo lo que hay en medio de eso. La realidad es que no va a surgir una democracia liberal “más limpia”; no le van a quitar “las pulgas” del socialismo, como algunos liberales creen que son las autonomías institucionales o la seguridad social universal y financiada por todos.
De hecho, las pulgas que van a ser retiradas son precisamente las liberales, de forma directa o indirecta, tal como sucedió en México y de manera democrática: la división de poderes, la fiscalización de la hacienda pública y las limitaciones al poder coercitivo del Estado corren gran riesgo de desaparecer. La realidad es que esa es la tendencia mundial; hacia allá se dirige el mundo.
Pero, además, si uno echa la mirada hacia atrás, quienes hoy son acérrimos rivales políticos como el chavismo y la izquierda, han coincidido tanto retórica como políticamente en temas tales como el rol de los medios de comunicación, las garantías civiles en materia tributaria o la fiscalización de los recursos públicos.
Las naciones atraviesan problemas que la democracia liberal no ha podido resolver desde su marco teórico. Y ahí habría que hacer una autocrítica, pues el liberalismo dejó de pensar y repensarse a sí mismo hace 200 años. Con algunos matices, se siguen pregonando soluciones bajo ese esquema teórico inicial y, peor aún, en las últimas décadas el liberalismo político se ha convertido en un panfleto economicista tristísimo que pregona reducir gasto, bajar impuestos y eliminar trabas. El mundo es más complejo que eso.
De la idea de una constituyente solo puedo decir que no es la solución a nuestros problemas. Costa Rica tiene decisiones complejas que tomar, y la enorme mayoría de ellas pasa por decisiones de política pública. Una constituyente es otra cosa; es un espacio en el que se llega a un nuevo acuerdo común para la convivencia en sociedad. En este sentido es válido y necesario cuestionar el pacto social costarricense. Si en algo puede dársele mérito a este gobierno es en eso, pero una constituyente no es una oportunidad para aplastar enemigos políticos, o no debería serlo. Al contrario, debería ser un espacio de diálogo y negociación en el que toca, sí o sí, escuchar al otro. Práctica ausente en esta administración.
Termino diciendo que hay que dejar de creerse más inteligente que quienes hoy están en el poder. La soberbia de creer que se puede manipular a los grupos gobernantes para conseguir los cambios que por cuenta propia no se han podido gestar desde el liberalismo por la vía democrática electoral, siempre termina mal.
Estos grupos han sabido hacer lo que los liberales no: conectar con las emociones de las personas y validarlas. Por eso gobiernan. Pero compartir enemigos o adversarios políticos no es suficiente para validar los discursos y las acciones autoritarias ni los procesos o las iniciativas que dinamitarían la democracia liberal.
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