Política
Hirviendo en nuestra propia indiferencia
Resumen
- La indiferencia y apatía de la sociedad hacia problemas estructurales es similar a la situación con la imagen de una rana que hierve lentamente en una olla y por eso no se percata de la gravedad de la situación, hasta que es demasiado tarde.
- El sistema institucional inflado y costoso ha fallado en satisfacer las necesidades ciudadanas, por ejemplo en infraestructura, salud, educación y aumento de la pobreza.
- Debemos causar cambios estructurales y sistémicos, cuestionando la efectividad de las soluciones propuestas por los gobernantes y llamando a la acción ciudadana para exigir transparencia, eficiencia y un uso adecuado de los recursos gubernamentales en áreas clave.
Como apasionada defensora de la libertad y no obediente seguidora, me es difícil unirme a una secta. En ese sentido, siempre encontré aterradora la imagen de la rana hirviendo lentamente en una olla, porque es lo que ocurre cuando dejamos de cuestionar, cuando nos volvemos indiferentes, apáticos y no actuamos. Nos convertimos en víctimas de la dominación sin siquiera notarlo.
Muchos ciudadanos son conscientes de que sus necesidades básicas no son satisfechas por el Estado. Los ejemplos abundan:
- Infraestructura obsoleta que nos transporta a los años 90.
- Racionamientos de agua.
- Ríos que son cloacas a cielo abierto.
- Una educación pública que dejó de ser movilizador social.
- Una capital que ha perdido su encanto arquitectónico y natural.
Nuestro sistema de salud, además de ser costoso, es como una máquina expendedora de boletos de lotería; nunca sabe uno cuándo va a entregar un premio o si lo hará alguna vez. Mientras tanto, la pobreza y la desigualdad están en aumento, a la vez que la justicia pronta y cumplida es simplemente un sueño. Por último, pero no menos importante, la falta de oportunidades ha llevado a que muchas personas vean en el narcotráfico su única alternativa de supervivencia, agravando lo que ya de por sí era una crisis de inseguridad.
En resumen, caemos en cuenta de que, como a la rana, nos han calentado demasiado el agua y estamos a punto de ser incapaces de saltar.
¿Cómo resolvemos esto?
Primero identifiquemos el problema: tenemos un sistema institucional inflado y costoso, que ha sido incapaz de satisfacer las necesidades ciudadanas durante décadas.
En vez de ejecutar las reformas necesarias desde la década de 1980, como lo hicieron el resto de los países que se encontraban en situación económica similar a la nuestra, como por ejemplo Irlanda, Nueva Zelanda o Israel; optamos por aplicar parches que solo han prolongado la crisis y hacen aún más difícil encontrar el camino hacia el progreso y el desarrollo. Así, nos hemos acostumbrado a que nuestros gobernantes propongan “soluciones”, como crear un nuevo trámite, institución o regulación, cada vez que surge un problema.
¿Quién necesita sentido común cuando puede implantar un nuevo impuesto para todo, desde la propiedad hasta el simple acto de trabajar o contratar?
¡Ah!, y no olvidemos destinar una parte sustancial de todo lo que produce el país (PIB) a “educación y salud”, sólo para darnos cuenta de que, si deseamos recibir alguno de esos servicios de manera oportuna y de calidad, debemos recurrir al sector privado; porque en el sector público los recursos se destinan principalmente a mantener las burocracias del MEP y la CCSS, en lugar de garantizar la atención de los usuarios que aportan esos recursos.
¿Por qué permitimos que nos cobren impuestos por absolutamente todo sin recibir ningún servicio a cambio? Pues simplemente porque nos acostumbramos, al igual que la rana en la olla, a que nos aumentaran la temperatura gradualmente y entonces preferimos aceptar la incomodidad “temporal”, en vez de exigir soluciones a nuestros problemas crónicos.
Aunque los ciudadanos cumplamos nuestra parte el Estado no cumple ni cumplirá con la suya, mientras las cosas sigan igual. ¿Le parece sostenible el modelo? ¿Lo considera justo o beneficioso para usted? Es claro que no es así.
Debemos admitir, que nuestro problema es estructural y sistémico, por lo cual es inútil seguir apostando por las mismas soluciones y esperar resultados diferentes.
Si en el pasado fuimos capaces de construir un teatro a la parisina, tener una de las primeras capitales del mundo iluminada eléctricamente, abolir nuestro ejército y crear parques nacionales, entonces ese espíritu emprendedor e innovador aún prevalece en nuestra sangre. La optimista empedernida que hay en mí, se niega a aceptar que hayamos perdido ese espíritu. Pienso que solamente está dormido y aún hay esperanza para nosotros.
Los estatistas seguirán buscando crear tributos disfrazados de nobles ideas para mantener el statu quo de los grupos de presión que se benefician del sistema. ¿Permitiremos que eso continúe o decidiremos saltar de la olla y exigir soluciones a nuestros problemas de siempre?
Como ciudadanos merecemos un gobierno que utilice los recursos de manera transparente y eficiente, invierta en la educación y salud de su gente, y fomente un ambiente propicio para el desarrollo económico y social. No debemos permitir que la avaricia fiscal siga arrastrando a Costa Rica hacia la decadencia.
La responsabilidad de ese urgente cambio estructural recae en los hombros de cada ciudadano consciente de este país. Debemos unirnos, organizarnos y alzar la voz en defensa de nuestros derechos y de un futuro mejor.
Financiar este derroche fiscal no puede ser nuestro legado.
La esperanza y la transformación está en nuestras manos. Podemos convertirnos en una potencia latinoamericana, pero eso demanda abandonar el conformismo y probar recetas exitosas. Definitivamente, llegó el momento de saltar de la olla o morir hirviendo en nuestra propia indiferencia.