Política

Llamado a los políticos: del discurso a la acción

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RESUMEN

Es evidente la desconfianza que las personas manifiestan respecto a la política costarricense, y este desencanto de la población se debe a la desconexión de los partidos con las demandas ciudadanas. Ante esto, hoy más que nunca, los futuros políticos necesitan escuchar activamente y ser auténticos en su discurso, priorizando las necesidades de la gente sobre cualquier estrategia de campaña. Solo así podremos fortalecer verdaderamente la democracia.



He estado debatiéndome sobre cuál debería ser el tema de mi columna de hoy. Claramente, el caso alrededor de la tercerización de servicios de la Caja Costarricense de Seguro Social es lo que ocupa los titulares del día. Sin embargo, me parecería irresponsable y hasta temerario subirme al tren de los que opinan sin contar con todos los hechos, o sin haber leído un análisis experto que permita valorar la situación con el rigor que merece. 

Después de todo, la materia penal no es un juego, y cualquier opinión que se emita desde una plataforma pública debe ser mesurada y fundamentada.

Lo que sí lamento, en este punto, es que un mecanismo legítimo y necesario como la tercerización de servicios públicos —en manos de empresas privadas, bajo una adecuada supervisión— pueda haber quedado irreparablemente dañado en el imaginario colectivo.

La tercerización, bien gestionada, es una herramienta que ha demostrado ser útil en muchas partes del mundo para mejorar la eficiencia de los servicios. No obstante, si en este caso se han cometido errores, el impacto va mucho más allá del hecho puntual. Se corre el riesgo de minar la confianza en un mecanismo que podría ser beneficioso para el país.

El tiempo y los hechos determinarán la verdad en este caso, y espero que las explicaciones que se den sean claras y sustentadas en la realidad. Hasta aquí el tema de moda. Quisiera pasar a algo más profundo y que, a mi juicio, tiene implicaciones más duraderas en nuestra democracia.

El desencanto político y el ruido mediático

No sé ustedes, pero cada vez se me hace más difícil seguir el contenido noticioso en Costa Rica, sin importar el “bando” que lo emita. Parece que, en todos los casos, lo que prevalece es el ruido y la polarización. Sin embargo, el hecho más revelador de la reciente encuesta del Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) no es el apoyo a tal o cual figura política, sino el abrumador desencanto de la población con la clase política en general

Ocho de cada diez costarricenses se sienten decepcionados de los partidos políticos. Y no es difícil entender el porqué.

Como ha señalado acertadamente mi buen amigo Mario Quirós en sus análisis, los partidos políticos han olvidado el lado más importante de la ecuación: lo que la gente quiere, sus demandas. El enfoque de las agrupaciones políticas está únicamente en la oferta: quién es el candidato, cuáles son las promesas del momento, qué anécdotas o nostalgias pueden revivir para atraer a las bases tradicionales.

Si se trata de uno de los partidos más viejos, recurren a los recuerdos de caudillos de antaño o expresidentes que ya no resuenan con las generaciones más jóvenes, quienes, dicho sea de paso, son quienes decidirán las próximas elecciones.

Este enfoque limitado, centrado solo en la oferta y no en la demanda, ha llevado a que los partidos políticos sean hoy una de las instituciones peores valoradas del país. Y muy cerca en esa triste clasificación está la Asamblea Legislativa, el foro político por excelencia. 

Este desencanto generalizado es una señal de advertencia que no puede ni debe ser ignorada.

Durante mi tiempo en la función pública, me esforcé por presentar propuestas de política pública basadas en datos. Creía, y aún creo, que esto otorga autenticidad a los planteamientos y permite debatir con detractores de manera educada y sensata. Aun así, parece que en Costa Rica hemos perdido de vista la importancia de la discusión fundamentada.

Las decisiones basadas en datos, lejos de ser una regla, se han convertido en la excepción. Y, lamentablemente, esa es una de las razones por las cuales nuestra política se ha desconectado tanto de la ciudadanía.

Claramente, como dirían los anglosajones: That ship has sailed.

Así que, pensando en los políticos que asumirán responsabilidades en el 2026 (todos los que hemos pasado por la función pública sabemos que tenemos fecha de expiración, aunque algunos prefieran ignorarlo y sigan regresando como una mala secuela cinematográfica), me permito ofrecer un consejo.

Es un consejo sencillo, pero creo que fundamental. Lo hago desde la perspectiva de alguien que por azar terminó en la política, que por razones personales tuvo forzadamente que dejarla, y que por razones de lógica no optará por regresar a un puesto de elección popular. Sin embargo, siempre estaré dispuesto a colaborar desde la academia o el sector privado, consciente de que en este esfuerzo estamos todos involucrados.

Mi consejo es simple: escuchen. No a sus asesores de campaña o a las encuestas del momento. Escuchen de verdad a la gente. Si hoy el 83 % de las personas en edad de votar no se identifican con ningún partido político, es porque estos partidos han olvidado lo esencial: lo que la ciudadanía demanda. Escuchar no es solo una estrategia política, es la base de una democracia saludable

Y cuando hablo de escuchar, me refiero a una escucha activa, donde las opiniones y preocupaciones de los electores se toman en cuenta no solo para ganar votos, sino para diseñar políticas que realmente respondan a sus necesidades.

Pero la escucha, por sí sola, no es suficiente. También deben ser auténticos en su discurso. Tener una ideología es legítimo, y si esta guía su visión política, debe marcar el rumbo de su vida pública. Sin embargo, no se puede intentar agradar a todos, menos en las redes sociales. El algoritmo no lo permite, y mucho menos el sentido común.

Los políticos que intentan ajustarse a cada tendencia o corriente de opinión terminan siendo percibidos como vacíos o inconsistentes. Y en un contexto de tanta desconfianza, la autenticidad es más valorada que nunca.

Así que, políticos del mañana, escuchen a sus electores, sean genuinos en sus propuestas y, sobre todo, recuerden que la política es un servicio, no un escenario.

Solo así podremos recuperar la confianza en nuestras instituciones y avanzar hacia una democracia más sólida y representativa.


Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no representan necesariamente la postura oficial de Primera Línea. Nuestro medio se caracteriza por ser independiente y valorar las diversas perspectivas, fomentando la pluralidad de ideas entre nuestros lectores.

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