Política

Para un nuevo pacto social

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RESUMEN

En Costa Rica, el modelo estatista adoptado en los años 50 ha perdido su capacidad de atender las necesidades de la población en general. Mientras, aquellos que se benefician de los privilegios adquiridos y el “statu quo” emiten cortinas de humo y entorpecen la discusión sobre temas críticos, aspectos fundamentales como la educación, la salud, la seguridad y la infraestructura se desmoronan. ¡Es hora de un nuevo pacto social!

El retroceso de América Latina en términos de desarrollo y calidad de vida es innegable. Episodios recientes de descontento en Argentina o Panamá son algunas muestras de que los costarricenses no estamos solos, ni somos originales.

La insistencia absurda en aferrarse a políticas públicas ancladas en el pasado ha llevado a la ciudadanía a un estado de hartazgo generalizado. Problemas económicos y sociales apremiantes, instituciones públicas ineficientes y un miedo paralizante a discutir temas incómodos, son solo algunos de los ingredientes de este coctel venenoso.

En Costa Rica, el pacto social que alguna vez prometió una mejora sostenida en la calidad de vida de sus habitantes se ha desmoronado. El modelo estatista, adoptado en los años 50, ha dejado al país entrabado y estancado en el pasado, sin capacidad para adaptarse a las demandas y realidades cambiantes de la sociedad actual.

Entre joyas y parches

Las catástrofes del Estado “benefactor” las pagamos hasta el día de hoy. Mientras que otros países, con similar desarrollo en la década de 1980, tomaron decisiones valientes para cambiar su rumbo, nosotros decidimos quedarnos quietos, abrazando nuestras “conquistas sociales” ¡y ahora estamos donde estamos!

Mientras que en dichos países se dieron cuenta de que el modelo estatista hacía aguas y realizaron cambios estructurales, quitándole poder al Estado y abrazando ideas más liberales (simplificación tributaria en Irlanda, reforma agraria en Nueva Zelanda, apoyo a la innovación y la tecnología en Israel, sistema de cupones para mejorar la educación en Suecia, entre otros), nosotros nos dedicamos a ponerle parches a dicho modelo.

Sin embargo, fuimos muy exitosos en asegurarnos de que dichos parches calmaran los ánimos de los que protestaban o querían salirse del canasto y de que se percibiera cualquier cambio estructural como el fin de la sociedad pacífica y democrática que disfrutábamos.  De esta manera mantuvimos el statu quo del que tanto se benefician algunos.   

A propósito de lo anterior, cabe preguntarse: ¿a quiénes beneficia tener y mantener instituciones que no satisfacen las necesidades de los ciudadanos?  A quiénes, sino que a los que viven del sistema; esos mismos que se la pasan diciendo que a esas instituciones hay que “defenderlas” y “fortalecerlas” como si fueran las joyas de la abuela, con el fin de que nadie se atreva a tocarlas.

Pero ¿para quién son esas joyas? Porque, si no sirven a los ciudadanos en general ¿a quiénes beneficia realmente mantenerlas? ¡Resulta claro que los beneficiados son aquellos que disfrutan de privilegios institucionales a costa del bienestar de la mayoría, los cuales, inevitablemente, son siempre los mismos!

La falta de discusión sobre temas críticos, ha llevado al país a una situación desastrosa en muchísimos aspectos; desde infraestructura hasta educación, pasando por pensiones, seguridad y salud. ¡Hay mucho por cambiar!

Es hora, entonces, de dejar de mirar hacia atrás y de enfrentar la realidad. La negativa a aceptar los cambios estructurales necesarios, ha llevado a la ciudadanía a un callejón sin salida, donde la pobreza, la desigualdad, la corrupción y la violencia son moneda corriente.

Sin embargo, insistimos en poner cortinas de humo y en afirmar que el problema radica en las políticas “neoliberales”, la regla fiscal, la ley de empleo público y otros tantos fantasmas dignos de una película de terror.

Temas sin discusión

Mientras tanto, nos negamos a discutir temas fundamentales como los siguientes:

  1. La bomba de tiempo que estamos fomentando al mantener una estafa piramidal en lugar de un sistema de pensiones, mientras la población envejece y tiene menos hijos.
  2. Las oportunidades que les estamos negando a nuestros jóvenes, condenándolos a la pobreza o a actividades ilegales, al sostener centros educativos costosos de pésima calidad.
  3. Seguir apostando por el desarrollo mediante la Inversión Extranjera Directa (IED), a pesar de que esas empresas requieren personal altamente calificado, mientras el 60% de la población económicamente activa no completó la secundaria y carece de las habilidades necesarias.
  4. Las reglas establecidas para el empleo público que fomentan la mediocridad y la corrupción, al privilegiar derechos sobre deberes.
  5. El sistema tributario confiscatorio debido a las exoneraciones otorgadas a grupos de presión, permitiendo que tantos no contribuyan. Su complejidad genera altos costos y fomenta la evasión y elusión fiscal.
  6. La renuncia a recibir servicios de salud de calidad y de forma oportuna al defender ciegamente la CCSS a pesar de sus listas de espera, malos tratos, despilfarro y desorden en el manejo de recursos.  Además, cuando es evidente que los centros de salud tercerizados son más eficientes y ofrecen mejor servicio.
  7. El abandono de las ciudades portuarias pues, a pesar de que tenemos salida a ambos océanos, éstas son las más pobres. ¿Cómo es que logramos hacer lo contrario de lo que sucede en tantos países del mundo donde estos lugares son los más hermosos y prósperos?
  8. Dejar sin conectividad a gran parte de la población o provocar atrasos tecnológicos irrecuperables, porque entre instituciones son incapaces de ponerse de acuerdo.
  9. Tener estructuras rígidas y anticuadas que provocan que nuestro desempleo sea estructural y, en lugar de simplificar, enredan y encarecen cada vez más la contratación de personal y la capacidad de generación de riqueza de los individuos.
  10. Promover un modelo de asistencialismo que ha probado ser incapaz de sacar a la gente de la pobreza y que, por su dispersión, es muy oneroso de mantener.

Como puede verse, no son temas menores y cada uno de ellos es causa de un foco de insatisfacción ciudadana, al mismo tiempo que contribuye a pintarnos un futuro sombrío tanto como individuos como en términos de colectividad.

Estamos claros en que se requiere un nuevo pacto social.  Sin embargo, para que éste sea efectivo debemos aceptar que el supuesto Estado del Bienestar que defienden y quieren seguir manteniendo los que se benefician de él, ya no es capaz de satisfacer nuestras necesidades y, por el contrario, es el causante de nuestros problemas actuales.

Llegó la hora de cambiar de modelo y de dirección, de dejar de aplicar viejas recetas y esperar nuevos resultados. El proceso de construcción del nuevo pacto social que necesitamos será doloroso y tocará muchos intereses, pero es la única salida si queremos evitar un desastre aún mayor.


Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no representan necesariamente la postura oficial de Primera Línea. Nuestro medio se caracteriza por ser independiente y valorar las diversas perspectivas, fomentando la pluralidad de ideas entre nuestros lectores.

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