Opinión
Presencia y propósito
El sentido de propósito es la respuesta a la pregunta ¿para qué estamos aquí? Buscamos una misión, aunque la mayoría de nosotros, la mayor parte de la vida, lo hacemos de manera inconsciente.
¿Qué sucedería si fuéramos más intencionales a la hora de explorar la razón de nuestra existencia, para contar con visión, hoja de ruta e instrumentos para conducirnos por la vida sabiendo con cristalina claridad qué es lo que queremos? En otras palabras: ¿cómo se adquiere eficacia personal?
El que no sabe hacia dónde va, está perdido en cualquier lugar. Quizás la mayoría de personas preferiríamos haber descubierto nuestro ikigai más temprano en la vida. Aunque el término es japonés, en realidad en Japón no se utiliza como se propone en Occidente, referido a encontrar respuesta a las siguientes cuatro preguntas: para qué soy bueno, qué me gusta hacer, qué necesita el planeta y qué me pueden pagar por hacer.
El punto de convergencia de esas cuatro respuestas debería ser la actividad a la que le dediquemos las mejores horas de cada día. Encontrar esa única actividad permite priorizar y enfocarse en cultivarla.
Si algo es importante enfatizar en estos tiempos de gratificación instantánea, es que nada valioso se puede crear sin sacrificio. El sacrificio a su vez implica tiempo, y el tiempo es relativo. Por ejemplo, nos toma una hora escribir una página; pero editarla, mejorarla, pulirla y publicarla, son tareas que toman mucho más. Gabriel García Márquez, premio Nobel de literatura, decía que él invertía una hora diaria en escribir una página, y dedicaba el resto del día a editarla. Así escribió varias novelas que le dieron vida al género del realismo mágico y ganó el máximo galardón al que un escritor puede aspirar. Su propósito no era ni el premio ni la novela ni el género, sino contar historias imaginativas que brotaban de su ser.
Al hablar de sacrificio también debe ponerse en contexto que es un acto sagrado y debe respetarse como tal, aunque sea sólo para nosotros mismos. La práctica del ayuno es un sacrificio, o sea, sagrada para quien lo practica. Cuando damos sacralidad a lo que hacemos nuestro sentido de propósito está alineado con aquello que sostenemos en más alto aprecio. Para algunos se denomina divinidad, para otros la fuente, y para otros la presencia.
La manifestación del sentido de propósito invita a explorar el alineamiento entre al menos siete formas de presencia en las que percibimos y cultivamos bienestar, y manifiesta cómo nos presentamos al mundo: mediante presencia física, mental, emocional, espiritual, energética, ancestral y cósmica.
Lo físico es corporal y se refiere a los cinco sentidos, al sistema nervioso, a nuestros órganos vitales y a las glándulas hormonales. Es el complejísimo funcionamiento de un organismo capaz de las más asombrosas hazañas. Esto no quiere decir que todos vamos a realizar todas las hazañas; pero algunos de nosotros han hecho o harán cosas únicas y sorprendentes alguna vez, lo cual quiere decir que nosotros también podríamos, y contamos con el cuerpo para intentarlo.
Lo mental es nuestra capacidad de imaginar, generar, crear y comunicar ideas. La idea de construir un barco no es suficiente para navegar los mares pero resulta fundamental para lograrlo, en algún momento.
Lo emocional se refiere a sentimientos y sensaciones que emite o se perciben desde el corazón. No nos referimos al órgano cardíaco que bombea sangre en el cuerpo, sino a nuestra expansiva e ilimitada capacidad de amar. Cultivarla es robustecer nuestra búsqueda y sentido de propósito. También está la capacidad de intuición, muy relacionada con nuestro sistema nervioso y con nuestras glándulas pineal y pituitaria. Son todas sensibilidades o destrezas que podemos desarrollar como parte integral de nuestro talento.
Lo espiritual es muy complejo. Lo simplificaremos diciendo que son las ganas que tenemos de hacer todo lo que nos proponemos. Es la fuerza de voluntad. En términos productivos, es nuestro espíritu emprendedor. Para algunos es la interfaz que comunica a la conciencia con la divinidad. Esa dimensión humana es indispensable para recorrer el camino de valor que empieza desde la imaginación y pasa por la ideación, la acción, la producción y la eficacia.
La presencia energética se refiere a la forma como interactuamos con la matriz que nos rodea, nos recorre y compone todo lo que es. Es lo que explica la física cuántica, que conecta todo lo que existe en el universo por medio del espacio sostenido entre las partículas de luz y energía que son los átomos.
Lo ancentral se refiere a la manifestación del vínculo de nuestros ascendientes, padre y madre, abuelos, bisabuelos y más allá. Hay culturas indígenas que orientan su sentido de propósito colectivo a impactar de manera armoniosa y empática a las seis generaciones que les antecedieron. Asímismo, debemos ubicarnos en nuestra historia genética como puentes entre las seis generaciones que nos preceden y las seis generaciones que vendrán.
Lo cósmico es comprender nuestra ubicación en el universo, percibiendo las distintas velocidades a las que nos estamos desplazando en este momento: mientras la Tierra gira sobre su eje, también rota alrededor del sol, viaja con éste en órbita por la Vía Láctea, y nuestra galaxia vuela atraída por Andrómeda, la galaxia más cercana, a la vez que el universo continúa expandiéndose. Al explorar de manera sistemática estos siete elementos, desde nuestra conciencia hasta nuestro universo, nos exponemos a la magia y al milagro de descubrir quiénes somos, de dónde venimos y para qué estamos aquí. Ese es nuestro propósito.