Opinión
¿Vivimos realmente en una democracia?
Es posible que al leer esta pregunta, piense el lector que su autora ha perdido la poca cordura que le quedaba. Pero a veces, son precisamente las vendas mentales las que nos impiden encontrar la raíz de nuestros problemas y por ende, solucionarlos. Llevo años tratando de entender por qué el sistema de elección popular no funciona y por qué vivimos en un estado de crisis permanente.
Nos encontramos atrapados entre gobiernos que van de la derecha a la izquierda, pero que se han olvidado de su razón de ser: diseñar políticas públicas basadas en una visión de largo plazo para lograr el bienestar general y no el propio de las élites que los componen.
Esto genera descontento popular y un aumento en el abstencionismo, lo que a su vez empeora las cosas en cada elección. Si se supone –según Abraham Lincoln– que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo; ¿qué es lo que está pasando aquí como para tener problemas tan evidentes de representatividad?
¿Será que estamos llamando “democracia” a algo que no lo es?
Para comprender la democracia como tal –aún con todas sus limitaciones–, decidí investigar el modelo griego y descubrí que su sistema era más o menos así:
1. Todos los hombres considerados ciudadanos tenían derecho al voto, independientemente de su condición económica, color de piel o profesión (vale la pena aclarar, que esto es literal, pero las limitaciones a ser considerado ciudadano no tenían nada que ver con el sistema, sino con los convencionalismos de la época).
2. La Asamblea estaba compuesta por todos los ciudadanos que votaban y cualquiera podía proponer proyectos.
3. Se garantizaba la idoneidad de los ocupantes de los cargos, ya que aquellos que deseaban ser seleccionados debían cumplir con características especiales, tanto éticas como de conocimientos específicos. Entonces se postulaban y si cumplían los requisitos, eran escogidos en la Asamblea.
4. Los cargos se sorteaban entre todos los participantes que pasaban el filtro. Esto implicaba que no había garantía de un puesto y por esa razón, nadie podía hacer promesas. Además, como la elección era aleatoria, no se podían declarar representantes del pueblo porque no habían sido elegidos por este. Más bien se trataba de servidores del pueblo, o sea se invertían los papeles.
5. Existían mecanismos de control, lo que permitía remover a las personas de sus cargos si no cumplían con lo estipulado por la mayoría. Es decir, los funcionarios respondían por sus acciones a la ciudadanía, que tenía sobre ellos la función de jefe.
6. Al no existir partidos políticos, el objetivo de las deliberaciones no era ganar, sino encontrar la mejor idea entre todos.
Ahora analicemos cómo ha funcionado nuestro modelo, ese que decidimos llamar democracia:
1. Nosotros pasamos de las monarquías donde el poder era otorgado a los nobles, miembros de la iglesia o profesionales; a uno donde se le concede ese poder a los miembros de diferentes grupos de presión. Es un sistema en el cual quienes eligen y quienes son elegidos son prácticamente los mismos. Esto implica que los ciudadanos quedan a merced de grupos con herramientas para ejercer el poder -alternativas a las que la democracia otorga- con lo cual si se lo proponen pueden hacer mucho daño. Las decisiones las toman para conseguir su beneficio particular, no para el de los que dicen representar.
2. La Asamblea está conformada por representantes que no tienen ninguna relación directa con los ciudadanos, porque estos no se involucran en la conformación de las listas de elegibles y su participación se limita a votar por una de ellas. Esto lo hacen confiando en las ideologías y planes de gobierno que a la postre resultan un saludo a la bandera en la mayoría de los casos.
3. Los representantes son escogidos mediante partidos políticos, donde no se premia la idoneidad sino la complacencia o la popularidad. Lo que importa son los votos, no las ideas.
4. Al luchar por un puesto, los políticos utilizan promesas para comprar votos o favores, sin importar sus ideales.
5. No existe ningún mecanismo de control efectivo para castigar a los representantes cuando no cumplen la voluntad de los ciudadanos.
6. Los partidos políticos promueven la polarización y luchas de poder, lo que impide que se elijan las mejores ideas para guiar el accionar gubernamental.
7. Supuestamente, las guías para evaluar el desempeño de los representantes son la doctrina política y los planes de gobierno, pero al operar los partidos funcionan como maquinarias electorales, el cumplimiento del programa se convierte en un requisito superficial y la doctrina política se vuelve una zona gris para la mayoría. Los políticos una vez en el poder cambian de postura sin consecuencias.
Después de este análisis, parece evidente que existen diferencias significativas entre lo que se denominaba democracia en su origen y nuestra forma actual de organización.
En nuestro modelo el poder no recae en los ciudadanos y el método de elección de representantes impide que estos sean idóneos, ya que ese no es un factor determinante en su selección.
Además, sin ningún tipo de control ni consecuencias para sus actuaciones, es lógico sentir descontento y desconexión con ellos. Por lo tanto, lo que tenemos son gobiernos poco representativos y disfuncionales.
Ante esta realidad no caigamos en la tentación de proponer opciones diferentes a la democracia, pues aún con todas sus imperfecciones sigue siendo el menos malo de todos los sistemas, pero tampoco justifiquemos mantener todo lo que no funciona para preservarla, pues ya vimos que estamos lejos de su concepto original.
Mejor busquemos mecanismos de control efectivos para que los partidos políticos cumplan con su función, recuperando así un poco la dirección de nuestro destino. También podríamos impulsar postulaciones independientes, es decir personas que nos conquisten con sus atestados y su visión, no que deban ser ungidos por un partido político. En todo caso, repetir la misma receta sólo nos llevará a seguir con la insatisfacción y la frustración actuales.
Es hora de que tomemos acción y trabajemos juntos para mejorar nuestro sistema, para que la democracia sea realmente un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Podemos hacerlo fortaleciendo la participación ciudadana y fomentando una cultura política basada en la excelencia y el bienestar común. Las soluciones tienen que venir de la ciudadanía pues las personas que ostentan el poder están demasiado cómodas con el sistema, entonces no van a proponer cambio alguno.