Opinión
¿Y nuestros modelos?
En los últimos meses estuve muy cerca de personas que admiro mucho, las cuales me hicieron tomar conciencia de algo a lo cual, honestamente, no le había prestado la atención que merece: el daño que nos hace la inmediatez.
Las redes sociales, como cualquier otra herramienta a nuestro servicio, tienen sus aspectos positivos y negativos. Dentro de los positivos están los que acortan distancias, eliminan barreras de acceso, permiten obtener información de múltiples medios, entre otros.
En su lado negativo, podríamos señalar que se permitan agresiones escondidas en el anonimato, ocasionan aislamiento o suelen ser fuente de noticias falsas.
Vivimos en la época del “efecto microondas”, es decir, sólo estamos dispuestos a invertir más de 30 segundos en algo que nos genere placer. Así es como terminamos dejando de lado la admiración por personas que hacen cosas extraordinarias, cambian la vida y -casi siempre- por medio del conocimiento y del esfuerzo.
Sus historias están llenas de fracasos, y de una convicción absoluta en un ideal que los hace caer y levantarse sin parar, hasta conseguirlo o morir en el intento.
En ese sentido, me pregunto: Si los modelos de nuestros jóvenes -y de buena parte del resto de nuestra sociedad contemporánea- son los llamados “influencers” que muestran vidas espectaculares que no sabemos si son reales; estelares cantantes cuyas letras apelan a nuestros instintos más básicos; estrellas de cine que nos muestran todo lo que el dinero puede comprar; o deportistas que, aunque talentosos no causan avances que permitan el progreso de la humanidad ¿A qué tipo de sociedad estamos aspirando?
Porque, frente a tan fatuos personajes ¿A cuántas personas que en este momento están tratando de encontrar la cura del cáncer, de solucionar problemas de hacinamiento, hambre, acceso al agua o a medicamentos, podríamos mencionar?
¿Cuántas horas de su vida invirtió Thomas Edison para que hoy disfrutemos de la cómoda vida que llevamos?, ¿cuánto se esforzó Martin Luther King por la justicia o la igualdad racial que no existían, o cuánto Robert Kennedy por hacer política con compromiso y autenticidad?
Pues hoy, también, hay personas que igual están haciendo cosas maravillosas, heroicas incluso… pero ¿los vemos?, ¿les damos la importancia que merecen?, ¿son los modelos que queremos seguir?
Por el contrario, todo parece indicar que, dentro de la apabullante cantidad de información que recibimos a diario, la celeridad cotidiana y las instantáneas apariencias producto de la revolución digital de las comunicaciones, hemos dejado de cuestionarnos ¿qué nos hace felices?, ¿qué nos mueve a levantarnos cada día?, ¿cuál es el camino que queremos tomar? y, partiendo de ello definir ¿quiénes podrían ser nuestros modelos a seguir?
Hay un factor que agrava el posible resultado de esa situación: la inteligencia artificial. Diariamente escuchamos sobre la automatización, los puestos de trabajo que se perderán, las teorías de conspiración; pero nadie se pregunta si tendremos mejores servicios, mejor calidad de vida, o un desarrollo ambiental más equilibrado.
¿Qué sucedería si quienes alimentan esas bases de información introducen más basura mediática de la que ya soportamos, con tan banales “modelos” como los citados?, ¿qué vamos a obtener los supuestos beneficiarios de la inteligencia artificial?, ¿cuál sería el uso real de esa nueva instrumentación?, ¿querríamos ceder nuestra libertad de decidir, a la artificial inmediatez, ahora “inteligente”?
Muchas personas no tienen el privilegio de sentarse a pensar en estas cosas, abrumados como están en el esfuerzo cotidiano por sobrevivir.
¿Qué pasaría si quienes podemos cuestionar esas ideas, buscamos medios para transmitir nuestras preocupaciones?, para influir en el nuevo rumbo mediático, con propuestas de modelos sanos y socialmente constructivos.
Estoy convencida de que casi todo lo que vale la pena en la vida requiere tiempo, paciencia, amor y compromiso para prosperar… no de la engañosa inmediatez informática.
Si al menos cada uno de los que lee este texto tomara -así fuera- ligera conciencia, de su inmensa responsabilidad, para con la humanidad, podríamos iniciar un movimiento y cambiar nuestro destino como sociedad.
Todavía no estamos en ese precipicio de vacuidad social y humana, adonde nos arrastran las redes sociales, pero tampoco sabemos cuánto tiempo nos tomará llegar a ese lugar.
Ellas mismas como herramienta, nos muestran a diario que los modelos sociales deseables están ahí, y que, por medio suyo, también, podríamos darles el valor capaz de generar el deseado cambio de rumbo.